Como en las
ciudades tenemos que vivir juntos, a diferencia del campo en el que los vecinos
suelen estar muy lejos, es imperativo educar permanentemente a los ciudadanos para
que la vida cotidiana en ellas sea tranquila, confortable, alegre, bella y
significativa. Que entiendan que el respetar a los demás conduce a ser
respetado por ellos; por eso es que independientemente de donde provengamos,
todos aprendemos de inmediato a respetar a los demás cuando viajamos a las
ciudades de otros países con largas tradiciones urbanas, pues como reza el
dicho “a donde fueres haz lo que vieres”. Por supuesto el lado perverso de este
oportuno refrán es que cuando volvemos no respetamos a los demás pues es
justamente lo que vemos aquí. En fin, se trata de que los ciudadanos entiendan
que puedan hacer lo que quieran siempre y cuando no afecte el confort de los
demás, pero considerando que sus requerimientos pueden ser diferentes: no
tienen por qué gustarles nuestra música ni el volumen al que nos place
escucharla, por ejemplo.
Y
desde luego es fundamental estimular los eventos culturales tradicionales o, si
es necesario, crear nuevos, que agrupen a los ciudadanos identificándolos con
su ciudad por encima de sus diferencias, y con sus diferentes sectores y barrios,
uniendo a sus vecinos para mejorar su calidad de vida de todos. Principiando
por garantizar la seguridad de sus calles, pues no hay mejor vigilancia que la
que proporciona el tener colindantes conocidos, y terminando por obtener un
mayor confort para todos y cada uno de los ciudadanos. Se trata sencillamente
de no contaminar el espacio urbano en el que vivimos nosotros y los demás. Pero
no se trata apenas de no envenenar el medio ambiente, como comúnmente se
entiende, sino también de no hacer ruido, por más de que sea música para
nosotros, no dejar nuestra basura en donde la tengan que soportar los demás, no
producir olores que puedan ser indeseables para el vecindario, y no afearlo, ni
siquiera con cosas que nos gusten a nosotros. Tenemos que perturbar a los otros
lo menos posible: no tienen por qué compartir nuestra supuesta alegría.
Nuestra
cultura es producto de una religión, lengua y ciudades de origen europeo
traídas a América, y pronto aclimatadas a sus nuevas circunstancias con
comprobable éxito. Pero en el caso de Cali insistimos en acabar con su herencia
colonial, llevados por nuestra dependencia cultural de Estados Unidos, la que
se disparó después de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, el urbanismo y
arquitectura coloniales siguen siendo el mejor ejemplo de lo que deberíamos
buscar en términos de confort habitacional, pero no se trata de imitar sus
imágenes, tergiversándolas por lo demás,
sino de perfeccionar sus soluciones de frente a climas y paisajes tan
diferentes al norteamericano, potenciando una nueva versión de una vieja
tradición. De ahí que deberíamos retornar las viviendas abiertas a sus propios
patios más que al exterior, a las paredes con suficiente aislamiento térmico y
acústico, y a los corredores y galerías más que a los ventanales. El problema
por supuesto es lograrlo en los edificios de apartamentos, mas hay ejemplos que
son los que deberíamos seguir, y no copiarlos de países con otros climas, paisajes
y modos de vida.
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