Hay que ver nuestra arquitectura y ciudad primero desde su geografía.
Estamos en el trópico cálido y húmedo,
en un valle interandino, y en un país de ciudades aisladas, único en
Iberoamérica, y en una región de ciudades única en el país; solo recientemente
Bogotá es mayor. Ciudades que crecieron rápidamente desde hace muy poco, y Cali
fue la segunda en el mundo en crecimiento a mediados del Siglo XX, y es una
ciudad de inmigrantes del campo y pequeños pueblos, y de desplazados. De otro
lado, la población de Colombia es más mulata que mestiza, especialmente en
Cali, al contrario de México, Ecuador o Perú, y con menos europeos que los países
del Sur.
Y después de su geografía hay que ver su arquitectura desde su
historia. Cali está donde está por la salida al mar, a la bahía de Buenaventura.
Y la ciudad actual fue generada por el Canal de Panamá y el ferrocarril del
Pacifico que la conectaron con el mundo. Pero con los Juegos Panamericanos de
1971 se borró casi todo lo anterior, y al contrario de Bogotá, donde Salmona
señaló un camino, aquí la buena arquitectura moderna de mediados del XX pronto
se olvidó. Y, al contrario de Medellín, su arquitectura reciente ni siquiera es
un “espectáculo” que pronto pasará; simplemente es descontextualizada y poco
sostenible, siendo muy fácil que lo fuera.
Ahora es imperativo que los edificios, como la ciudad, vuelvan a
ser sostenibles. Que tengan ventilación cruzada, para lo cual se precisa una
arquitectura abierta y no cerrada con vidrios. Que tengan iluminación natural
aprovechando las cerca de doce horas de luz todo el año. Que edificios y ciudad
recojan el agua frecuente de las lluvias para disfrutarla en estanques y
parques y usarla antes de botarla al alcantarillado. Es urgente que se re
densifique pero que los edificios nuevos no sean innecesariamente altos. Y que
sean fácilmente adaptables y renovables, y que sus componentes y elementos se
puedan reutilizar, y sus materiales sean reciclables.
Todo edificio nuevo debería buscar ante todo recomponer la ciudad y
formar parte de un paisaje caracterizado por su topografía de valle o ladera o
cañón fluvial. Que sea uno más en cada calle, al medio de la misma o en sus
esquinas. De un barrio o sector de la ciudad, que no son meramente los
designados oficialmente como tales. Que sea parte de un todo conformado por el
espacio urbano, las calles paramentadas y de alturas regulares, más que por los
volúmenes de sus edificios, incluso cuando son exentos, pues la ciudad ya es
demasiado extensa para poder apreciarlos juntos desde afuera, como si pasa con
un pequeño pueblo en medio del paisaje.
Finalmente,
los nuevos edificios deberían re interpretar las viejas tradiciones urbanas
arquitectónicas locales que sean más pertinentes, y desde luego conservar y
valorar las que están aún en uso. Pero mejorarlas cuando sea posible o
sencillamente actualizarlas. Y habría que recobrar aquellas desechadas por la
moda pero que aún serian vigentes. Para lograrlo hay que aceptar de afuera solo
lo derivado de climas, paisajes o tradiciones similares a las nuestras, mirando
al Este y Oeste más que al Norte o al Sur. Y con todo esto consolidar unas
nuevas prácticas edilicias propias de la ciudad y su región, y para sus gentes,
clima y paisaje.
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