Como en las
ciudades tenemos que vivir juntos, a diferencia del campo en el que los vecinos
suelen estar lejos, es imperativo educar permanentemente a los ciudadanos para
que la vida cotidiana en ellas sea tranquila, limpia, confortable, alegre,
bella y significativa para todos. Y es sorprendentemente sencillo: solo hay que
tener respeto por los otros para que ellos lo tengan con nosotros, tal como se
ha dicho toda la vida, y entender que la Ley se creó precisamente para resolver
los inevitables conflictos. El problema es comenzar y por eso hay que educar y
no apenas reprimir.
Independientemente
de donde provengamos, todos aprendemos de inmediato a respetar a los demás
cuando viajamos a las ciudades de otros países con largas tradiciones de vida urbana, pues como reza el dicho “a
donde fueres haz lo que vieres”. En ellas lo usual es que hay mucho más respeto
por los otros, al contrario de lo que sucede aquí, y pronto entendemos que lo
mejor es hacer lo que la gran mayoría de los otros hacen, y que nos lleva a tener
una idea clara de cómo es que funcionan las cosas allá para beneficio de todos,
incluyendo la seguridad y el aseo.
Pero
por supuesto el lado perverso de ese oportuno refrán es que cuando volvemos a
nuestra ciudad no respetamos a los demás, pues justamente es su irrespeto
permanente lo que vemos aquí todos los días. Simplemente de nuevo hacemos lo
que hacen los demás. No en vano, “cultura” es el conjunto
de modos de vida y costumbres en una época de grupo social. Por eso de habla de
una cultura “mafiosa” que lamentablemente ha permeado nuestra vida urbana,
potenciada además por el rapidísimo crecimiento y cambio acelerado y masivo de
esta ciudad tan nueva.
Se
trata de que los ciudadanos entiendan que pueden hacer lo que quieran siempre y
cuando no afecte el confort de los demás, considerando que sus requerimientos
pueden ser diferentes: no tiene por qué gustarles nuestra música ni el volumen
al que nos place escucharla, por ejemplo. El ruido es difícil de evitar, y aquí
está por todas partes. Pero es sobretodo su volumen y el
momento inoportuno lo que agrede, pues hasta las músicas más bellas se vuelven
invasivas, puro ruido que como se sabe es un sonido
inarticulado por lo general desagradable.
Lo que hacemos en nuestras casas afecta el espacio público
pues aquí las ventanas permanecen abiertas debido al clima,
facilitando servidumbres visuales, acústicas y olfativas. De otro lado, el buen uso de andenes, calles, avenidas, plazas,
parques y zonas verdes redunda en beneficio de todos. Pero además de normas, en
una ciudad multicultural como Cali debemos ser muy respetuosos con los otros
con todo lo que hacemos en ella, incluyendo su acertado diseño.
Comentarios
Publicar un comentario