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Más respeto por los otros. 04.08.2012

Como en las ciudades tenemos que vivir juntos, a diferencia del campo en el que los vecinos suelen estar lejos, es imperativo educar permanentemente a los ciudadanos para que la vida cotidiana en ellas sea tranquila, limpia, confortable, alegre, bella y significativa para todos. Y es sorprendentemente sencillo: solo hay que tener respeto por los otros para que ellos lo tengan con nosotros, tal como se ha dicho toda la vida, y entender que la Ley se creó precisamente para resolver los inevitables conflictos. El problema es comenzar y por eso hay que educar y no apenas reprimir.
                                                                                                                                                Independientemente de donde provengamos, todos aprendemos de inmediato a respetar a los demás cuando viajamos a las ciudades de otros países con largas tradiciones  de vida urbana, pues como reza el dicho “a donde fueres haz lo que vieres”. En ellas lo usual es que hay mucho más respeto por los otros, al contrario de lo que sucede aquí, y pronto entendemos que lo mejor es hacer lo que la gran mayoría de los otros hacen, y que nos lleva a tener una idea clara de cómo es que funcionan las cosas allá para beneficio de todos, incluyendo la seguridad y el aseo.
                                                                                                                                                                      Pero por supuesto el lado perverso de ese oportuno refrán es que cuando volvemos a nuestra ciudad no respetamos a los demás, pues justamente es su irrespeto permanente lo que vemos aquí todos los días. Simplemente de nuevo hacemos lo que hacen los demás. No en vano, “cultura” es el conjunto de modos de vida y costumbres en una época de grupo social. Por eso de habla de una cultura “mafiosa” que lamentablemente ha permeado nuestra vida urbana, potenciada además por el rapidísimo crecimiento y cambio acelerado y masivo de esta ciudad tan nueva.
                                                                                                                                                                      Se trata de que los ciudadanos entiendan que pueden hacer lo que quieran siempre y cuando no afecte el confort de los demás, considerando que sus requerimientos pueden ser diferentes: no tiene por qué gustarles nuestra música ni el volumen al que nos place escucharla, por ejemplo. El ruido es difícil de evitar, y aquí está por todas partes. Pero es sobretodo su volumen y el momento inoportuno lo que agrede, pues hasta las músicas más bellas se vuelven invasivas, puro ruido que como se sabe es un sonido inarticulado por lo general desagradable.
                                                                                                                                                                      Lo que hacemos en nuestras casas afecta el espacio público pues aquí las ventanas permanecen abiertas debido al clima, facilitando servidumbres visuales, acústicas y olfativas. De otro lado, el buen uso de andenes, calles, avenidas, plazas, parques y zonas verdes redunda en beneficio de todos. Pero además de normas, en una ciudad multicultural como Cali debemos ser muy respetuosos con los otros con todo lo que hacemos en ella, incluyendo su acertado diseño.

     Qué maravilla sería Cali si además de respetar el silencio de los otros, respetáramos también su derecho a caminar por los andenes y cruzar por las esquinas, y no como pasa en la Calle 5ª debido al muy equivocado diseño de los carriles para el Mio que la convirtieron en una larga barrera urbana. Pero sólo será posible si muchos le exigiéramos a la Alcaldía que nos respete haciendo andenes y poniendo semáforos con tiempo para los peatones en lugar de puentes muy distantes entre sí y que los más necesitados no pueden usar pues carecen de ascensores.

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