No conocemos su geografía ni su historia, y lo poco que se la investiga
en las universidades locales es reciente y no sale de ellas. No vemos las implicaciones
de que en 1910 fuera escogida como la nueva capital del nuevo Departamento del
Valle del Cauca, en reemplazo de Buga, cuando finalmente se conectó con el
exterior al llegar el tren desde Buenaventura poco después de terminado el
Canal de Panamá, y cuatro siglos después de su fundación aquí buscando una
salida al mar. Su latitud, altura sobre el mar, temperatura promedio,
precipitación y cambios de humedad nada nos dice, ni que buena parte de su área
urbana esté por la tarde a la sombra de la cordillera. Ignoramos lo que implica
que sus días varíen muy poco a lo largo del año y que sus atardeceres sean de
bellos cambios de color pero sin Sol. O
que sea una de las pocas ciudades en el mundo que pasan tres veces al día por
la zona de confort, o que, como muchas ciudades colombianas, su paisaje está arriba
y no solo a sus pies. Desaprovechamos para su sostenibilidad el que esté en el
trópico andino y cerca, a una de las zonas con más agua y biodiversidad del
planeta.
Su urbanismo colonial, que viene del antiguo Oriente, es de
manzanas de casas de patios y
solares y calles paramentadas y con aleros, en las que solo se destacan algunos
conventos e iglesias y una gran plaza. Pero de la villa colonial, que apenas
contaba con 5.000 almas a mediados del XIX,
solo queda su ejemplo urbano-arquitectónico pues la destruimos como si
fuéramos nuevo ricos. Después de la Independencia se privatizaron su suelo y
ejidos y se agregaron antejardines, parques y avenidas, nuevas en Europa, para
cambiar su imagen mudéjar, pero su “modernización” fue apenas la imitación de
los modelos occidentales, que veíamos como desarrollo. Fenómeno que se aceleró
después del triunfo de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, cuando se
generalizaron indiscriminadamente los retrocesos para ampliar calles, junto con
voladizos y edificios altos, muchos innecesarios, posibles por las nuevas técnicas
y materiales importados, y el trabajo de arquitectos profesionales. Se destruyó
la ciudad tradicional pero sin dejar ni siquiera un sector moderno homogéneo.
De su casco viejo lo único que se conserva es su traza ortogonal,
que aquí quedó en forma de rombos, y un pequeño “centro histórico” en el que la
mayoría de sus monumentos es muy reciente e incluso varios son actuales. Su
trazado ortogonal se reprodujo desordenadamente con diferentes proporciones y
sin vías continuas, mientras se ignoraba su corredor férreo, recto y a nivel
entre Yumbo y Jamundí, que quedó al medio del área urbana actual cuando se hizo una ciudad paralela “debajo” del Río Cauca.
Desaprovechando la presencia de determinantes como la cordillera y su piedemonte, y la línea férrea, en
dirección sur-norte, su rápido crecimiento se hizo en una de las más fértiles y
tractorables tierras del mundo, fomentando invasiones o “donando” lotes para
equipamientos urbanos para después “urbanizarlas”, llevando hasta ellas una
infraestructura pagada por los contribuyentes. Los
gustos y costumbres coloniales se afrancesaron y más adelante se americanizaron, y ahora nos hundimos en la
violencia, la corrupción y el mal gusto “narco”.
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