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Más belleza. 15.02.2014


       En general la gente de Cali y sus políticos en particular evitan hablar de belleza como si les diera vergüenza en medio de tanta inseguridad, violencia y pobreza. Pero pasan por alto que justamente se trata de nuestra generalizada pobreza, pero de espíritu. Prefieren hablar de estética, si se ven compelidos a ello, y reducen lo bello a lo simplemente bonito. Piensan, los unos, que hablar de belleza no es políticamente correcto, y, los otros, que es algo superficial, un lujo para ricos, los que aquí sí que se han vuelto de mal gusto.
                                                                                                                                                                              Las ciudades, decía Aristóteles,  satisfacen las necesidades de unos ciudadanos pero su finalidad es que vivan bien; y eso en la Grecia clásica, justo cuando el poder de las polis y las manifestaciones culturales que se desarrollaron en ellas alcanzaron su apogeo, quería decir belleza y significado; al fin y al cabo, filosofía quiere decir amor a la sabiduría. La belleza generalmente se ha asociado con el bien y, de la misma manera, la fealdad, por lo contrario, se ha relacionado a menudo con el mal. Lo bello es limpio lo feo sucio: como Cali.
                                                                                                                                                                             Belleza (Del latín bellus) es esa propiedad de las cosas que hace amarlas infundiendo en el hombre deleite espiritual. Existe en la naturaleza y en las obras literarias y artísticas. Su historia podría remontarse a la propia existencia de la humanidad como una de sus cualidades mentales. La escuela pitagórica, por ejemplo, vio una importante conexión entre las matemáticas y la belleza, y notaron que los objetos que poseen simetría, como el cuerpo de los animales, incluyendo al hombre, son más llamativos, y la arquitectura griega clásica está basada en esta imagen de simetría y proporción.
                                                                                                                                                                           En las ciudades su belleza estriba en la conjunción de montaña, arquitectura y mar, como Rio de Janeiro, Cidade Maravilhosa, o Estambul, Porto, Tánger, Cartagena o San Francisco, o  además con una rambla como Barcelona, porque a Manaos le basta con el Amazonas. O con agua y arquitectura por todos lados como Venecia, Ámsterdam y Brujas. O con montes y arquitectura como Edimburgo, Potsdam o Quito. O sólo mucha arquitectura, simétrica y proporcionada, y un gran río, como Paris o Lisboa, o uno pequeño como Cambridge. Y Granada tiene montes y con la Alhambra para que más.
                                                                                                                                                                           Mientras la belleza disuade la violencia, la feúra la estimula y hace que la pobreza lo sea aún más. Leon Battista Alberti decía con razón que “nada protege tanto a una obra de la violencia de los hombres como la nobleza y la gracia de sus formas” (De re aedificatoria, 1450) y ahora ya se sabe lo de “Las Ventanas Rotas” (Wilson y Kelling, 1982). ¿Cuándo entenderán los políticos, ciudadanos y arquitectos caleños que la belleza y no el espectáculo de sus edificios y obras públicas es lo que se debería buscar?

     Decía Edgar Allan Poe que “el placer a la vez más intenso, más elevado y más puro no se encuentra más que en la contemplación de lo bello” (The Philosophy of Composition, 1846) y afirma que cuando los hombres hablan de belleza no entienden precisamente una cualidad, como se supone, sino una impresión: tienen presente la violenta y pura elevación del alma -no del intelecto ni del corazón- que resulta de la contemplación de lo que es muy bello. Lo bello, agrega Poe, es el único ámbito legítimo de la poesía. Y de las ciudades.


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