Las diferentes sedes del
Gobierno de un país no son meros edificios de oficinas, sino que representan al
Estado y exponen la cultura de la Nación. En Colombia, un país tan centralista,
se entiende así a nivel de la Presidencia,
pero no en muchas Gobernaciones y Alcaldías. Las sedes de la Gobernación del
Departamento del Valle del Cauca y del Centro Administrativo Municipal de Cali dan
grima. Son no solamente la imagen de la dejadez que campea en la ciudad sino
también una comprobación palmaria de la falta de cultura y dignidad de sus
políticos pues esta desidia por supuesto no es sólo de ahora.
Para
principiar, nunca se ha debido demoler el viejo Palacio de San Francisco, la
segunda sede de la Gobernación, construido en 1927, y ya a mediados del siglo
XX un hito tradicional de la ciudad, cuya fachada supuestamente se inspiró en
el altar de la Iglesia Nueva de San Francisco, justo al frente, construido en
Valencia, España, entre 1909 y 1910, de madera y mármol. El viejo edifico de
tres pisos altos, coronado por una cúpula acristalada, se hubiera podido
conservar, con fines de protocolo, adelante del nuevo, pese a sus 18 pisos,
completando su fachada posterior y una de las laterales, pues formaba una
esquina, y uniéndolos con un puente.
Desafortunadamente
tampoco se conservó al menos la estatua en
bronce, de cuerpo entero, mandada
hacer en Francia, de Fray Damián González, un
destacado franciscano de la ciudad, llamado
"el cura de Cali", inaugurada para el
primer centenario de la Independencia. Estaba en el centro de la Plazuela de
San Francisco, la que Oscar Cobo, diseñador de la nueva gran plaza en la década
de 1970, acertadamente dejó claramente insinuada con un cambio de nivel en su
suelo. Pero incluso ahora, que recientemente se la movió de nuevo, se ignoró la
recomendación del Consejo Departamental de Patrimonio Cultural de ponerla en su
sitio original.
Y
como si no bastara con eliminar los "viejos" símbolos de la ciudad y
reemplazarlos por otros "modernos", como parte de las ambiciosas
obras que la ciudad acometió con motivo de los Juegos Panamericanos de 1971
para “cambiarle la cara”, las fachadas de la nueva "torre" se han
llenado de aparatosas unidades de aire acondicionado, que cada funcionario hace
poner en cualquier parte y de cualquier manera. Y lo mismo sucede con los dos
edificios del Centro Administrativo Municipal, “torres” también les dicen, a
los que no les cabe una más, como si fueran moscas. Pero no faltarán los que
digan que no importa, que casi no se ven. Son los que ven pero no saben que
miran.
En Cali se evita hablar de la belleza
de sus edificios como si diera pena en medio de tanta inseguridad, violencia y
pobreza. Pero es pasar por alto que lo feo se relaciona con lo malo y sucio y que mientras la belleza disuade la
violencia, estimula y hace que la pobreza lo sea aún mucho más. Y tratándose de
edificios públicos es sin duda preocupante: ¿Cómo confiar en los que los ocupan
representando la dignidad del Estado y la cultura de sus conciudadanos? ¿Qué
esperar de gentes tan ciegas a sus símbolos? Estos son los
que se adoptan para representar los valores de un país y mediante los cuales se
identifica y distingue, además de aglutinar a sus ciudadanos y crear un
sentimiento de pertenencia.
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