En las ciudades pequeñas desde
luego a nadie se le ocurre un City Tour
en un bus turístico de dos pisos pues en ellas se puede caminar de una
vez, al menos en sus cascos viejos, ya que en general en sus ensanches y
suburbios no hay nada que ver o es algo
puntual a lo que hay que ir en carro. Es parte de su mejor calidad de vida; en
ellas los turistas –si los hay- se tornan visitantes.
Probablemente
la vida en las ciudades intermedias colombianas, casi todas ellas capitales de Departamento, sea la mejor. Como Manizales o Pereira, cerca
de Cali, Medellín y Bogotá por carretera o avión; como lo está Villavicencio de la capital. En las ciudades más pequeñas
la vida cotidiana es más segura, funcional, económica y confortables, aunque
probablemente menos emocionante.
Al
fin y al cabo, son artefactos creados
por el hombre, hoy ineludibles para la vida de la mitad de la población del
mundo, que han permitido los ciudadanos se relacionen con otros en calles, plazas, parques y edificios públicos, donde se dan actividades
puramente urbanas. Como dice el economista Edward Glaeser, desde compartir una
mesa, una sonrisa o un beso en restaurantes, cafés, bares y tiendas de esquina,
hasta el encuentro en los museos, bibliotecas, teatros, salas de música,
centros culturales y aulas universitarias, y desarrollarse culturalmente:..
De
ahí la importancia de que estén cerca de una ciudad que ofrezca ciencias,
artes, deportes, espectáculos y ocio, como sucede en Europa. Conectarse con lo
que ofrece una gran capital, y no apenas las del país, sino de los países
vecinos, o de Europa o, algunas, de Estados Unidos. El problema aquí son por lo
tanto la distancias y las cordilleras, y de ahí que la funcionalidad de los
aeropuertos sea vital para las ciudades intermedias. Pero también los trenes
que corren a lo largo de sus valles, del interior al Caribe.
Lo
que inquieta igualmente son los desplazados del campo que se siguen sumando a
su crecimiento natural, lo que aprovechan los terratenientes que las rodean y
los constructores de vivienda, para hacer un buen negocio sin preocuparse
por generar su desarrollo. Por lo
contrario, como afirma Edward Glaeser: “Para prosperar, una ciudad tiene que
atraer a personas inteligentes y permitir que colaboren unas con otras” (El triunfo de las ciudades, 2011, p. 310),
es decir que dependen de la calidad de su artefacto urbano.
Precisamente
el patrimonio construido que conservan las ciudades que no han crecido mucho ni
demasiado rápido. Es el caso de Popayán (que deberían pensar mas en su futuro
que en su pasado), o Barichara o Mompox o Santafé de Antioquia, por ejemplo. O
Cartagena que creció sólo después haberle puesto bolas a su centro histórico y
precisamente a raíz de su conservación, transformándolo no sólo en su mayor
fuente de ingresos sino
también en parte de su mejor calidad de vida.
Entre las ciudades intermedias colombianas sin
duda Manizales lleva la delantera, pues allá supieron o descubrieron hace años
que lo mejor para ser una ciudad de primer orden es seguir siendo una ciudad
intermedia. Su mayor reto es, en consecuencia, como seguir siendo pequeñas. Vale
la pena insistir en el divertido acierto Bugueño: el tamaño ideal de una ciudad
es aquel en que si uno camina demasiado rápido, se sale de ella.
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