Las ciudades, en tanto el
escenario de la cultura que son, según las definió el sociólogo e historiador
Lewis Mumford (La cultura de las
ciudades, 1938), implican la consideración de todo su patrimonio construido
y no apenas los bienes inmuebles de interés cultural. Ya que son grandes y
complejos artefactos de tres dimensiones, que habitan y recorren los ciudadanos
diariamente a lo largo de los años y las décadas, constituidos por
edificaciones que conforman espacios públicos, como lo son los diversos tipos
de calles, plazas y parques, que en consecuencia son tan importantes,
físicamente y económicamente, como, socialmente, lo que pasa en ellos.
El
progreso de las ciudades, depende, dice el economista Edward Glaeser, de que atraigan personas
inteligentes y permitan que colaboren unas con otras (El triunfo de las ciudades, 2011), para lo que hay que lograr,
como lo afirma él, que se encuentren físicamente en calles, plazas y parques,
como en edificios de uso público, desde mercados, cafés, restaurantes y
diversos almacenes, hasta escuelas, bibliotecas, museos y centros culturales,
además de la vida familiar en las viviendas, por lo que las de interés
social deberían ser primordialmente para
alquilar, y no en propiedad, para permitir la fácil movilidad urbana de sus
usuarios, incluido su transporte.
La
importancia del trazado y uso de las
calles y el diseño de los edificios que las conforma, es, en consecuencia, lo
primero, como lo recuerda la historiadora de la arquitectura y el arte Sibyl
Moholy –Nagy (Urbanismo y Sociedad / Historia ilustrada de
la evolución de la ciudad, 1968). Calles ante todo para los peatones, y de ahí que
hay que dotarlas de amplios, llanos y arborizados andenes, y en cuyas calzadas
se de preferencia a las bicicletas y al transporte público sobre los carros
particulares. Eliminando los fatales retrocesos y voladizos, y retornar a las
fachadas paramentadas tradicionales y de alturas similares, disponiendo, si es
del caso, de los antejardines importados.
Los
POT, entendidos como el diseño urbano-arquitectónico de las ciudades, deben
recurrir a dichos saberes, a los que hay que
devolverle su conformación física, como propuso la divulgadora y teórica del
urbanismo Jane Jacobs (Vida y muerte de
las grandes ciudades, 1961), mediante concursos públicos de arquitectura y
urbanismo, con jurados idóneos, quitándosela a los políticos corruptos, y urbanizadores,
contratistas de obras públicas y constructores de vivienda que apenas
consideran miopemente la rentabilidad de su negocio, el que por lo demás
podrían mejorar si también pensaran en la ciudad y en la arquitectura y no sólo
en su construcción.
Finalmente,
la propiedad privada del suelo hay que controlarla con
su plusvalía; y la obsolescencia
permitida a sus construcciones, y el consumismo de las nuevas, denunciado por el
periodista y escritor Eduardo Galeano (El imperio del consumo, 2005), hay que
detenerlos. Lo construido es una inversión económica y de agua y energía, y se
puede remodelar agregando pisos para re densificar sin especular, y haciéndolo
bioclimático y no contaminante, usando la plusvalía de construcciones en
altura, en los grandes vacíos existentes, para que no se extiendan más los servicios
y recorridos, haciendo las ciudades más sostenibles y respetables de su
contexto.
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