Sin duda ha sido influyente la firma de los TLC en el interés del
gobierno y los empresarios por el
desarrollo de las ciudades intermedias, pero, como pasa ya con muchos productos
del campo, es a favor de Estados Unidos o Europa. De hecho ya se comenzaron a
traer estrellas internacionales de la arquitectura, sin muchos encargos allá
debido a la “burbuja inmobiliaria”. Es el caso de Richard Meier, Eduardo Souto
de Moura, o Santiago Calatrava, pese a ser el arquitecto más demandado del
mundo, pasando por alto que si hay algo que no se deba globalizar es la
arquitectura, la que se debe en primerísimo lugar a los diferentes climas,
paisajes y tradiciones locales.
La
situación actual de la relación entre ‘Estado, ciudadanía y
arquitecto’ en el desarrollo de las ciudades del país, y en especial Cali, es
una muy mala, como toca entre un Estado ineficiente y corrupto, una ciudadanía
que no es tal pues carece de cultura urbana, debido a su muy reciente presencia
en las ciudades, y unos arquitectos que cada vez son más, pero cada vez con
menos ética y más estética copiada, cuya presencia en las ciudades no es nunca
analizada, ni mucho menos apreciada como lo que debería de ser: nada menos que los
diseñadores de la ciudad, tal como quería Jane Jacobs (Muerte y vida de las grandes
ciudades, 1961) pero que aquí solo piensan en sus edificios y no en la
ciudad que construyen entre todos.
El
papel del Estado en las ciudades colombianas se puede resumir en que tiene un
Ministerio de la Vivienda en lugar de uno de la ciudad, del cual lo de la
vivienda sería apenas un viceministerio si acaso. Mientras que el papel de la
“ciudadanía” es aplaudir estupideces como “cambiarle la cara a las ciudades”,
“hacer obras cualesquiera pero hacer”, y creer en la publicidad engañosa con que
le venden costosas y malas viviendas. Y el papel lamentable de los arquitectos
es responsabilidad de la proliferación de universidades, a las que les piden un
programa de “artes” para reconocerlas como tales, y escogen arquitectura por lo
“fácil”, que lo que creen.
Pero
la amenaza fundamental a las ciudades es la sobrepoblación. Cada década son
mil millones más, la mitad de los cuales tiene que vivir en ellas. A principios
del siglo XIX sólo Londres tenía un millón de habitantes. A
principios del XX ya había tres ciudades con más de un millón. Hoy hay 281, casi todas en los países
más pobres y sin educación, que si se “desarrollan” y consumen más sería un
infierno. Como
observa Eduardo Galeano, en América
Latina hay campos vacíos y varias de las mayores ciudades del mundo, y las más
injustas (Me
caí del mundo y no se como entrar, 2010).
Para
peor de males, todas las iniciativas del Banco Internacional de
Desarrollo, como la de “Ciudades
Emergentes y Sostenibles”, terminan siendo a favor no tanto de su
verdadero desarrollo sostenible, sino del
gran negocio emergente de su obsolescencia programada. Y, para rematar, los Planes de Ordenamiento Territorial no obedecen a un diseño de ciudad sostenible, a
una concepción urbana y por lo tanto arquitectónica, y no pasan de ser una
normativa que se cambia según el interés de urbanizadores y constructores,
escudándose en supuestos “expertos” que como dicen que dijo Frank Lloyd Wright,
no pasan de personas que creen que lo saben todo y ya no piensan.
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