El diseño de la reforma y ampliación del terminal del aeropuerto
Alfonso Bonilla Aragón se está realizando a espaldas de los que lo van a pagar
(el diseño y la obra) con la tasa aeroportuaria y sus impuestos. Ningún gobierno
por más de santos que sea recibe el dinero del erario del cielo como si fuera
maná. Y lo que alegremente ha mostrado la prensa no es un proyecto sino una
imagen engañosa para ilusionar ingenuos.
El
Director de la Aeronáutica Civil insiste, brincándose las leyes y usos que
indican que debería ser un concurso público, en tenerlo oculto a la opinión
pública como si hubiera algo que tapar. Y por supuesto lo es el hecho grosero y
abusivo de que de nuevo sea el contratista de las obras el que escoge a dedo al
arquitecto, que queda así a su merced, y
quien sin asomo de ética profesional firma cláusulas de confidencialidad, pese a que se trata precisamente de
una obra pública y auto privándose de los posibles aportes de sus colegas.
Como
pasó con las 21 megaobras o las sedes para los Juegos de “palabras”; porque
precisamente de eso se trata: juegos de palabras para ocultar que los
contribuyentes ponen el dinero, los contratistas hacen el negocio, el que
obtienen financiando las campañas de los políticos, y los ciudadanos pagan las
consecuencias, incluyendo a los que no pagan impuestos y que por eso creen
tontamente que un mal terminal no les cuesta nada.
Porque
lo peor es que seguramente en lugar de mejorar el terminal actual, que aunque
no es una “pocilga” como afirma el Alcalde de Cali, por supuesto necesita
muchas mejoras…pero sobre todo en su
funcionamiento y no apenas algunas en el edificio. ¿Para qué más casillas de
inmigración, por ejemplo, si no se cuenta con suficiente personal para
atenderlas? Pero es que lo que se busca es construir más de lo que se necesita
pues ahí está el negocio.
O
demoler, que es mejor negocio y más rápido, como pasa con el edifico original
de El Dorado en Bogotá, una de las
mejores obras de la arquitectura moderna en Colombia y en su momento un
referente para la aviación en América Latina, que se va a demoler sin otra necesidad
que no sea la de un negocio ya comprometido, pese a la protesta de la Sociedad
Colombiana de Arquitectos, SCA, pues sus supuestos problemas estructurales se
podrían remediar como se ha hecho en tantos edificios.
El
nuevo terminal de El Dorado tiene más de tres veces el área del actual y con
excepción de las escaleras mecánicas y ascensores, que se multiplican
considerablemente, ninguno de sus otros servicios ni siquiera se duplican (El
Tiempo, 25/10/2013). Es decir que es innecesariamente grande siguiendo el mal
ejemplo del descomunal Terminal 4 de Barajas en Madrid, en el que se incumple
la máxima de que un buen terminal debe permitir a los pasajeros el menor
recorrido entre el carro o el bus o el tren, y el avión.
Pero claro está que la culpa no es de los contratistas sino de los
políticos que los favorecen, y en primer lugar de los ciudadanos que dejan que
otros, que venden sus votos, los elijan, votos comprados con la plata que
“aportan” a las campañas los contratistas. De ahí la importancia del voto en
blanco, que es la única manera civilizada de que en una democracia se puede
disminuir los politiqueros corruptos y aumentar los políticos que de verdad
representen a sus electores.
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