En una buena
ciudad la salud pública debe afrontar otros asuntos además de evitar epidemias
de gripa o dengue, como lo es el consumo de drogas, al que absurdamente se lo
pretendió penalizar aún más, y también el del alcohol y no apenas el del
tabaco, que por su exageración ha llegado a extremos francamente ridículos, al
punto de que de pronto terminaremos con una especie de “tabacotráfico”, justo
cuando las despenalización de las drogas se abre paso en el mundo. Sencillamente
a los ciudadanos no se les debe imponer el cuidado de su salud por decisión del
Estado; otra cosa es que tengan a disposición los medios para hacerlo,
principalmente cuando se trata de urgencias, y por supuesto hay que evitar que
contagien enfermedades a los demás o las ayuden a provocar como pasa con el
humo del tabaco.
Lo mismo pasa con los accidentes de tráfico
en los que están involucrados conductores ebrios. Pero para evitarlos no basta
con penalizarlos si no que hay que educarlos, a ellos y a sus acompañantes que
permiten que manejen borrachos, y no pretender ingenuamente que se prohíba el
consumo de bebidas alcohólicas. Es decir, tratar el alcoholismo como un
problema de salud pública. Y lo más importante es que lo que se debería medir
no es apenas la cantidad de alcohol que han ingerido sino cómo afecta su
capacidad para conducir, pues en cada persona difiere dependiendo de varios
factores incluyendo su peso, que habría que tener en cuenta. Incluso manejar
con “guayabo” o cansado puede ser más peligroso. Suena muy complicado pero
bastaría con comprobar si puede guardar el equilibrio y hablar sin trabarse.
Y por supuesto la calidad del aire y el
agua potable en la ciudad y su tratamiento y evacuación una vez servida, así
como los de las basuras, son los primeros asuntos de salud pública a los que
debe responder una buena ciudad. Igualmente lo es informar claramente cuando
hay problemas con su calidad, como en el caso de Cali cuando el viento sopla de
la zona industrial de Yumbo hacia el sur, o cuando crecen los ríos que
alimentan sus acueductos. Y por supuesto la calidad ambiental depende mucho más
de lo que se suele pensar de la correcta arquitectura de los edificios y
espacios urbanos públicos de las ciudades, los que necesariamente tienen que
ver en mayor o menor medida con diversos asuntos como el medio ambiente, la densidad habitacional, la biología humana,
el estilo de vida, la higiene personal y el sistema sanitario.
La salud pública debe controlar y erradicar las enfermedades y mejorar la salud de la población. Por eso es de
carácter multidisciplinario, pero no solo incluyendo aspectos biológicos,
conductuales, sanitarios y sociales, si no también habitacionales. De
ahí que el correcto diseño de los espacios de la vivienda, trabajo, educación y
recreación y gestión sea también un problema de salud pública. Aspecto que no
se investiga y del que ni siquiera se
habla en las escuelas de arquitectura, ni en el gremio de los arquitectos. Y eso que Vitruvio ya pensaba en el
siglo I a.C. que el arquitecto debería saber algo de medicina, y que la Organización Mundial de la Salud ha definido el
síndrome del edificio enfermo como un
conjunto de perturbaciones originadas
o estimuladas por la contaminación del aire en espacios cerrados.
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