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La salud pública. 20.08.2011


        En una buena ciudad la salud pública debe afrontar otros asuntos además de evitar epidemias de gripa o dengue, como lo es el consumo de drogas, al que absurdamente se lo pretendió penalizar aún más, y también el del alcohol y no apenas el del tabaco, que por su exageración ha llegado a extremos francamente ridículos, al punto de que de pronto terminaremos con una especie de “tabacotráfico”, justo cuando las despenalización de las drogas se abre paso en el mundo. Sencillamente a los ciudadanos no se les debe imponer el cuidado de su salud por decisión del Estado; otra cosa es que tengan a disposición los medios para hacerlo, principalmente cuando se trata de urgencias, y por supuesto hay que evitar que contagien enfermedades a los demás o las ayuden a provocar como pasa con el humo del tabaco.

        Lo mismo pasa con los accidentes de tráfico en los que están involucrados conductores ebrios. Pero para evitarlos no basta con penalizarlos si no que hay que educarlos, a ellos y a sus acompañantes que permiten que manejen borrachos, y no pretender ingenuamente que se prohíba el consumo de bebidas alcohólicas. Es decir, tratar el alcoholismo como un problema de salud pública. Y lo más importante es que lo que se debería medir no es apenas la cantidad de alcohol que han ingerido sino cómo afecta su capacidad para conducir, pues en cada persona difiere dependiendo de varios factores incluyendo su peso, que habría que tener en cuenta. Incluso manejar con “guayabo” o cansado puede ser más peligroso. Suena muy complicado pero bastaría con comprobar si puede guardar el equilibrio y hablar sin trabarse.

         Y por supuesto la calidad del aire y el agua potable en la ciudad y su tratamiento y evacuación una vez servida, así como los de las basuras, son los primeros asuntos de salud pública a los que debe responder una buena ciudad. Igualmente lo es informar claramente cuando hay problemas con su calidad, como en el caso de Cali cuando el viento sopla de la zona industrial de Yumbo hacia el sur, o cuando crecen los ríos que alimentan sus acueductos. Y por supuesto la calidad ambiental depende mucho más de lo que se suele pensar de la correcta arquitectura de los edificios y espacios urbanos públicos de las ciudades, los que necesariamente tienen que ver en mayor o menor medida con diversos asuntos como el medio ambiente,  la densidad habitacional, la biología humana, el estilo de vida, la higiene personal y el sistema sanitario.

         La salud pública debe controlar y erradicar las enfermedades y mejorar la salud de la población. Por eso es de carácter multidisciplinario, pero no solo incluyendo aspectos biológicos, conductuales, sanitarios y sociales, si no también habitacionales. De ahí que el correcto diseño de los espacios de la vivienda, trabajo, educación y recreación y gestión sea también un problema de salud pública. Aspecto que no se investiga y del que ni siquiera  se habla en las escuelas de arquitectura, ni en el gremio de los arquitectos. Y eso que Vitruvio ya pensaba en el siglo I a.C. que el arquitecto debería saber algo de medicina, y que la Organización Mundial de la Salud ha definido el síndrome del edificio enfermo como un conjunto de perturbaciones originadas o estimuladas por la contaminación del aire en espacios cerrados.

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