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Educación urbana. 06.08.2011


     Para tener una mejor calidad de vida en una ciudad no basta con la usual educación convencional escolarizada, técnica y profesional de los jóvenes. Debe haber también una buena educación humanística para todos los ciudadanos, integral y permanente, sobre la geografía y la historia de la ciudad, y mucha educación en urbanismo, arquitectura y “urbanidad” para su adecuado uso. Que sus ciudadanos aprendan a respetar las normas elementales de comportamiento en sus calles, plazas y parques. Pero también las reglas de buen uso de los espacios públicos de los edificios, como lo son sus circulaciones y demás recintos compartidos con otros dentro de ellos. Y por supuesto las que regulan las actividades individuales, familiares o sociales para que no invadan el espacio público física, acústica, olfativa o visualmente.
         
   Cuando alguien va a países con mayor tradición urbana, rápidamente aprende de los otros cómo comportarse en el espacio público, y que debe respetarlos para que hagan lo propio con él. Son comportamientos propios de las ciudades que se desarrollaron a lo largo de siglos, pero que en las nuestras, tan recientes y tan de rápido crecimiento, es preciso enseñarlos deliberadamente pues no hay tiempo para que se aprendan espontáneamente. Por ejemplo, en las ciudades actuales compartimos las calles con carros, bicicletas, motos, buses  y camiones, y debemos enseñarles a sus conductores que deben usar siempre las calzadas, y a los peatones que transiten solo por los andenes y a cruzar por las esquinas. Y todos debemos aprender a caminar o circular por las calles sin interrumpir el paso o la circulación de los otros.

      Además, en una buena ciudad existe una pronta y eficiente policía municipal a la cual acudir cuando sea necesario. Pero no sólo para garantizar la seguridad de los ciudadanos, sino también para resolver los pequeños problemas cotidianos de convivencia, principalmente los que tienen que ver con la tranquilidad de los espacios urbanos públicos y las viviendas a lo largo del día y sobre todo de la noche. Y que igualmente vigile el correcto uso de los edificios y que en los nuevos se cumplan las restricciones existentes durante la obra para que perturben mínimamente las calles y los vecinos, y que se respeten las normas con las que fueron aprobados. Y con dicho propósito, se necesitan tribunales que resuelven pronto las quejas de los ciudadanos al respecto y que vigilen que se cumplan sus sentencias.

      Y por supuesto hay que considerar los diferentes modos de vida que tienen los habitantes  de cada ciudad, para lo que es imprescindible no apenas que se planifique y diseñe buscando hacerla más funcional, confortable y segura, y más bella, sino que simultáneamente se eduque a sus habitantes en lo urbano y arquitectónico que los une, en el respeto al patrimonio y en la sana valoración de las diferencias. Se trata, pues, de un educación urbana para todos, de la misma manera y por las mismas razones que actualmente hay una educación para la salud. Pero para que sean normas conocidas y respetadas por todos, tienen que ser pocas y contundentes, que se las divulgue y que se exija su cumplimiento enseñando a los ciudadanos la necesidad de respetar el derecho de los otros para que respeten el de ellos.

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