Para
tener una mejor calidad de vida en una ciudad no basta con la usual educación convencional
escolarizada, técnica y profesional de los jóvenes. Debe haber también una
buena educación humanística para todos los ciudadanos, integral y permanente,
sobre la geografía y la historia de la ciudad, y mucha educación en urbanismo,
arquitectura y “urbanidad” para su adecuado uso. Que
sus ciudadanos aprendan a respetar las normas elementales de comportamiento en
sus calles, plazas y parques. Pero también las reglas de buen uso de los
espacios públicos de los edificios, como lo son sus circulaciones y demás
recintos compartidos con otros dentro de ellos. Y por supuesto las que regulan
las actividades individuales, familiares o sociales para que no invadan el
espacio público física, acústica, olfativa o visualmente.
Cuando alguien va a países con mayor
tradición urbana, rápidamente aprende de los otros cómo comportarse en el
espacio público, y que debe respetarlos para que hagan lo propio con él. Son comportamientos
propios de las ciudades que se desarrollaron a lo largo de siglos, pero que en
las nuestras, tan recientes y tan de rápido crecimiento, es preciso enseñarlos
deliberadamente pues no hay tiempo para que se aprendan espontáneamente. Por ejemplo, en las ciudades actuales compartimos las calles con
carros, bicicletas, motos, buses y
camiones, y debemos enseñarles a sus conductores que deben usar siempre las
calzadas, y a los peatones que transiten solo por los andenes y a cruzar por
las esquinas. Y todos debemos aprender a caminar o circular por las calles sin
interrumpir el paso o la circulación de los otros.
Además, en una buena ciudad existe una
pronta y eficiente policía municipal a la cual acudir cuando sea necesario. Pero
no sólo para garantizar la seguridad de los ciudadanos, sino también para
resolver los pequeños problemas cotidianos de convivencia, principalmente los
que tienen que ver con la tranquilidad de los espacios urbanos públicos y las
viviendas a lo largo del día y sobre todo de la noche. Y que igualmente vigile
el correcto uso de los edificios y que en los nuevos se cumplan las
restricciones existentes durante la obra para que perturben mínimamente las
calles y los vecinos, y que se respeten las normas con las que fueron aprobados.
Y con dicho propósito, se necesitan tribunales que resuelven pronto las quejas de
los ciudadanos al respecto y que vigilen que se cumplan sus sentencias.
Y por supuesto hay que considerar los
diferentes modos de vida que tienen los habitantes de cada ciudad, para lo que es
imprescindible no apenas que se planifique y diseñe buscando hacerla más
funcional, confortable y segura, y más bella, sino que simultáneamente se
eduque a sus habitantes en lo urbano y arquitectónico que los une, en el
respeto al patrimonio y en la sana valoración de las diferencias. Se trata, pues,
de un educación urbana para todos, de la misma manera y por las mismas razones
que actualmente hay una educación para la salud. Pero para que sean normas
conocidas y respetadas por todos, tienen que ser pocas y contundentes, que se
las divulgue y que se exija su cumplimiento enseñando a los ciudadanos la
necesidad de respetar el derecho de los otros para que respeten el de ellos.
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