La mayoría de las ciudades colombianas
se desarrollaron, desde su
fundación en el siglo XVI, alrededor de la Plaza Mayor, reglamentada
posteriormente por las Leyes de Indias de 1680, incluyendo la obligación de
constituir pórticos en las casas que las conformaban, los que lamentablemente
casi nunca se construyeron, o se realizaron apenas parcialmente. En ellas se realizaban diferentes actividades políticas, militares,
jurídicas, religiosas y culturales, y se “corrían” toros en las celebraciones más
importantes, pues la fiesta llegó aquí con
Sebastián de Belalcázar y los toros mismos no mucho después (Gustavo Arboleda, Historia de Cali, 1956). Y,
lo más trascendente y significativo, en ellas se realizaba el mercado semanal,
punto de encuentro de todos los ciudadanos como dice Edgar
Vásquez (Historia del desarrollo urbano
de Cali, 1982). Los viernes se congregan allí los vecinos de las más
disímiles condiciones sociales a comprar y vender, y hasta finales del siglo XVII llegaban
indígenas para vender frutas, legumbres, plátanos, aves y pescados, y con el
tiempo se vuelven un mercado público permanente.
En el día de mercado, anota Vásquez, no solo se venden y compran
diversas mercancías sino que se intercambian "informaciones". Allí
confluye la compleja totalidad social de la ciudad colonial, se mezclan
prácticas e instituciones y se congrega el vecindario para el intercambio mercantil
y social que en ella adquiere cada semana su máxima circulación y velocidad en
una gran "visita" colectiva, como la llama Vásquez. Se habla de los
productos y géneros negociados, de asuntos políticos, problemas familiares o
censuras personales. Lo visto espontáneamente durante la semana a lo largo de
las calles, o sigilosamente desde ventanas y zaguanes, lo conversado en
reserva en el cerrado interior de las casas, se comunica, difunde, comenta, admira o se censura en el día del mercado.
Personas, animales y elementos se mezclan y, sin embargo, se resaltan los
prestigios, distinguen las jerarquías y se señalan los sujetos de censura.
Pasado el día de mercado vuelve el vacío y el silencio a la plaza hasta el
siguiente viernes, y solo queda su valor simbólico.
Antes el mercado se
realizaba al aire libre bajo toldos, como lo registran las primeras acuarelas y
grabados de los viajeros de mediados del siglo XIX, y las bellas
fotografías de finales de ese siglo. En muchas ciudades, especialmente en las más
pequeñas, así se hizo hasta ya entrado el siglo XX.
Pero el mercado generaba desaseo y
basuras desagradables, pese a que en aquella época casi toda era biodegradable,
y por eso fue desplazado a lo largo del
siglo en muchas ciudades, siguiendo el ejemplo europeo, a construcciones nuevas
que conservaron la denominación de “plazas de mercado” o que fueron
llamadas galerías, y cerca de ellas aparecieron los graneros como también algunos pasajes comerciales.
Todavía en algunas ciudades
y pueblos colombianos los bellos y muy ininteresantes mercados al aire
libre se resisten a desaparecer pues el significado de los lugares, su uso,
vigor y tradiciones es parte fundamental de la cultura, la idiosincrasia
y la vida del pueblo de nuestro país. Y por supuesto los problemas de aseo y
recolección de basuras ya son solucionables.
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