Se habla mucho en estos días de la paz del país pero nada
de la paz de sus ciudades, pese a que no implica que una minoría cambie la Constitución
para lograrla, y que sencillamente busca mas seguridad, funcionalidad, confort
y placer para todos los ciudadanos; hombres y mujeres. Asuntos de los que los
jefes de las FARC difícilmente podrán hablar después de medio siglo en el
monte, pero que al parecer tampoco les interesa a los políticos y empresarios que
manejan el país, interesados apenas en su economía, ni a los que evaden su
realidad con el espectáculo de los “realitys” de la TV y la arquitectura sin
urbanismo que confunden con progreso y modernidad.
Habría
que principiar por la paz en las ciudades, en las que muere más gente en
accidentes de tránsito que por la guerra en el campo, muchos provocados, hay
que repetirlo hasta el cansancio, simplemente por la inexistencia de adecuados
andenes y cruces peatonales en las esquinas, con semáforos donde sean
indispensables, y porque casi todos los escasos que hay no tienen tiempo para
los peatones. Igualmente se ignora que no hay mejor vigilancia para reducir la delincuencia común que la de tener vecinos
conocidos, lo que de contera hace que no sean entrometidos y sí serviciales,
por lo que hay que establecer comportamientos que faciliten su convivencia.
Tenemos
que aprender a no hacer ruidos que tengan que soportar los demás, ni siquiera
nuestra música pues no tienen por qué compartir nuestro gusto. A no dejar
nuestra basura en donde moleste a los otros. A no producir olores indeseables
para el vecindario. A no intervenir las calles pues el espacio público es para
todos, y hay que aprender a usarlo correctamente. Es un ámbito público y no
privado, al punto de que las fachadas de nuestras viviendas son parte ineludible
del espacio público más que del privado, del que apenas son su imagen y de ahí
el problema cuando se busca demostrar con ellas algo a los otros, lo que es
propio de los nuevos ricos.
Los
que manejan carro tienen que aprender a no estacionar en los andenes, y a
respetar a los peatones y a los otros conductores. Y hay que insistir en que
los peatones respeten a los demás peatones, y aprender a ceder el paso y no
parar de repente sin hacerse al lado, lo que se agrava por la estreches de los
andenes. Y, sobre todo, a no invadirlos ni modificarlos pues son propiedad de
la ciudad y no de cada vivienda, y deben ser para todos. En fin, aunque algo
se ha avanzado en este aspecto, aprender
a respetar las colas y los turnos sin
respirarles en la nuca a los que están adelante ni mucho menos “colarse” a su
menor descuido.
Además de considerar a nuestros vecinos,
tenemos que evitar perturbar a los demás
en las calles, plazas, parques y edificios de uso público, garantizando la paz
entre los ciudadanos, la que se llama urbanidad, es decir el respeto y
consideración por todos en las ciudades, las que se debieron más a las mujeres,
que dan inicio a la agricultura, que a los cazadores. Paz urbana de la que no
se hablará ni en La Habana ni en Oslo, pese a que ahora casi el 80 % de los
colombianos vivimos es en las ciudades. Pero para que se entiendan las exigencias de un nuevo período de
la sociedad colombiana, el de un país urbano, la educación es
fundamental.
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