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La plaza de mercado. 18.05.2013


          La mayoría de las ciudades colombianas  se desarrollaron, desde su  fundación en el siglo XVI, alrededor de la Plaza Mayor, y las Leyes de Indias de 1680 incluían la obligación de constituir pórticos en las casas que las conformaban, los que lamentablemente casi nunca se construyeron, o se realizaron apenas parcialmente.

          Allí se realizaban diferentes actividades políticas, militares, jurídicas, religiosas y culturales, y se “corrían” toros en las celebraciones más importantes, pues la fiesta llegó aquí con Sebastián de Belalcázar y los toros mismos no mucho después (Gustavo Arboleda, Historia de Cali, 1956).

      Y, lo más trascendental y significativo, en el mercado semanal  (viernes o domingos) se encuentran todos los vecinos de todas las condiciones so­ciales (Edgar Vásquez, Historia del desarrollo urbano de Cali, 1982). Se congregan a comprar y vender, y hasta finales del XVII llegan indígenas a vender frutas, legumbres, plátanos, aves y pescados, y con el tiempo se vuelve un mercado público permanente.

        En el día de mer­cado, anota Vásquez, no solo se venden y compran diversas mercancías sino que se intercambian "informaciones". Allí confluye la com­pleja totalidad social de la ciudad colonial, se mezclan prácticas e instituciones y se congrega el ve­cin­dario para el intercambio mercantil y social que en ella adquiere cada semana su máxima circulación y velocidad en una gran "visita" colectiva, como la llama Vásquez.

         Se habla de los productos negociados, asuntos políticos, problemas familiares o personales. Lo visto espontáneamente durante la semana en las calles, o sigilo­samente desde ventanas y zaguanes, o conversado en reserva en el cerrado interior de las casas, se comunica, difunde, co­menta,  admira o  censura el día del mercado.                                                                                                                                                   
      Personas, animales y elementos se mezclan y, sin em­bargo, se resaltan los prestigios, se distinguen las jerarquías y se señalan los sujetos de censura. Pasado el día de mer­cado vuelve el vacío y el silencio a la plaza hasta el siguiente viernes, y solo queda su valor simbólico y un espacio libre que da respiro a las calles.
           
     Antes el mercado se realizaba bajo toldos, como lo registran las acuarelas y grabados de los viajeros de mediados del siglo  XIX, y las bellas fotografías de finales de ese siglo. En muchas ciudades, especialmente en las más pequeñas, así se hizo hasta ya bien entrado el siglo XX, y de seguro una que otra los conservan hoy.

     Pero el mercado generaba desaseo y basuras, y por eso fue desplazado a lo largo del siglo en muchas ciudades, siguiendo el ejemplo europeo, a construcciones nuevas que conservaron el nombre de “plazas de mercado” o fueron llamadas galerías, y cerca aparecieron graneros y algunos pasajes comerciales.

     Todavía algunos pueblos conservan sus bellos y muy interesantes mercados al aire libre, pues el significado de los lugares, su uso, vigor y tradiciones es parte fundamental de la cultura, idiosincrasia y la vida del pueblo en este país. Y ya los problemas de aseo y recolección de basuras  son solucionables.   
                                                                                                                                                                         En Nariño, recuerda el arquitecto Álvaro Erazo,  aún hay  los que conservan la plaza original, y los domingos hasta el mediodía hay mercado. Luego es barrida para que se convierta en la cancha de “chaza”,  aparecen  toldos en los costados con ventas de comida, y se desarrolla toda la tarde la vida social del pueblo.

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