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La “cara” de Cali. 25.05.2013

       Se habla recurrentemente de cambiarle la “cara” a la ciudad, lo que debe entenderse como cambiar su imagen, que es lo que se ha tratado de hacer al menos siete veces desde su fundación, pero sobre todo a lo largo del siglo XX. Pero no es que se considere que tiene una “cara” fea, pues se cree con fe de carbonero que la tiene bonita y la gente se molesta cuando se piensa y dice que la tiene cada vez más fea, deformada por sus permanentes pero incompletas cirugías plásticas, y que hemos terminado en una especie de Frankenstein urbano.
                                                                                                                                                                            Se suele confundir lo grande con lo bueno, lo estrafalario con lo bello, lo costoso con lo moderno, lo novedoso con lo nuevo y la demolición con el desarrollo. Se confunde al MIO con un sistema de transporte urbano integrado por varios sub sistemas, el principal de ellos masivo (los buses articulados no lo son), a las avenidas con las vías con separador. La gente camina por las calzadas mientras los carros se estacionan en los pocos, estrechos y maltrechos andenes de este asentamiento grandísimo que se confunde con una ciudad de verdad.
                                                                                                                                                                         Confundir, dice el DRAE,  es mezclar, fundir cosas diversas, de manera que no puedan reconocerse o distinguirse. Por ejemplo la oscuridad confunde los contornos de las cosas, o una voz se puede confundir en medio de un griterío. Pero también es perturbar, desordenar las cosas o los ánimos, como se puede comprobar todos los días en Cali con su desagradable y agresivo tránsito por calles interrumpidas por obras eternas, y llenas de huecos reforzados por policías acostados y con permanentes accidentes; o tratando de caminar por sus andenes.

En Cali deberíamos potenciar lo que tiene de atrayente. Es el caso de sus construcciones más inspiradas, como su Torre Mudéjar, La merced y la capilla de San Antonio, amén de no pocas posteriores como el Palacio Episcopal o la Estación del Ferrocarril, amén de algunas casas en el Centro y San Antonio, y muchas ya español californiano o modernas en diversos barrios. Y no confundirlas con casas y edificios “viejos” que hay que demoler para dar paso al desarrollo y a una modernidad muy costosa pues por su pronta obsolescencia mercantil.

Deberíamos gozar más su clima y  vegetación, su hermoso paisaje andino de valle y montaña, como sus ríos y cerros, cuya belleza estriba en que no son estrafalarios. En Cali deberíamos potenciar lo que tiene de entretenida, que lo puede ser mucho más si no se confunde lo novedoso con lo nuevo, y deberíamos recuperar la tranquilidad y seguridad que tuvo antes, para lo que hay que dejar de perturbar a los ciudadanos, ordenar la ciudad (el POT no lo hace) y calmar los ánimos, en lugar de tratar con todo y para todo de cambiarle la “cara”.

           Es decir, el carácter de los edificios, afectando el ánimo de los transeúntes, pues su belleza no es relativa ni subjetiva.  Está determinada por el entorno cultural de la infancia. Pero se puede renegar de él y tratar de ocultarlo que es lo que han hecho siempre los nuevo ricos. Como esos que para los Juegos Panamericanos de 1971 quisieron borrar sus anteriores símbolos. Mediante una operación estética extirparon Hotel, Cuartel y  Gobernación, y hoy otros son reemplazados por injertos, como en  la Avenida Colombia. Al fin y al “rabo” Cali es la capital mundial de la silicona.

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