Se habla recurrentemente de cambiarle la “cara” a la ciudad, lo
que debe entenderse como cambiar su imagen, que es lo que se ha tratado de
hacer al menos siete veces desde su fundación, pero sobre todo a lo largo del
siglo XX. Pero no es que se considere que tiene una “cara” fea, pues se cree
con fe de carbonero que la tiene bonita y la gente se molesta cuando se piensa
y dice que la tiene cada vez más fea, deformada por sus permanentes pero
incompletas cirugías plásticas, y que hemos terminado en una especie de
Frankenstein urbano.
Se
suele confundir lo grande con lo bueno, lo estrafalario con lo bello, lo
costoso con lo moderno, lo novedoso con lo nuevo y la demolición con el
desarrollo. Se confunde al MIO con un sistema de transporte urbano integrado
por varios sub sistemas, el principal de ellos masivo (los buses articulados no
lo son), a las avenidas con las vías con separador. La gente camina por las
calzadas mientras los carros se estacionan en los pocos, estrechos y maltrechos
andenes de este asentamiento grandísimo que se confunde con una ciudad de verdad.
Confundir, dice el DRAE, es mezclar,
fundir cosas diversas, de manera que no puedan reconocerse o distinguirse. Por
ejemplo la oscuridad confunde los contornos de las cosas, o una voz se puede confundir
en medio de un griterío. Pero también es perturbar, desordenar las cosas o los
ánimos, como se puede comprobar todos los días en Cali con su desagradable y
agresivo tránsito por calles interrumpidas por obras eternas, y llenas de
huecos reforzados por policías acostados y con permanentes accidentes; o
tratando de caminar por sus andenes.
En
Cali deberíamos potenciar lo que tiene de atrayente. Es el caso de sus
construcciones más inspiradas, como su Torre Mudéjar, La merced y la capilla de
San Antonio, amén de no pocas posteriores como el Palacio Episcopal o la
Estación del Ferrocarril, amén de algunas casas en el Centro y San Antonio, y
muchas ya español californiano o modernas en diversos barrios. Y no
confundirlas con casas y edificios “viejos” que hay que demoler para dar paso
al desarrollo y a una modernidad muy costosa pues por su pronta obsolescencia
mercantil.
Deberíamos
gozar más su clima y vegetación, su
hermoso paisaje andino de valle y montaña, como sus ríos y cerros, cuya belleza
estriba en que no son estrafalarios. En Cali deberíamos potenciar lo que tiene
de entretenida, que lo puede ser mucho más si no se confunde lo novedoso con lo
nuevo, y deberíamos recuperar la tranquilidad y seguridad que tuvo antes, para
lo que hay que dejar de
perturbar a los ciudadanos, ordenar la ciudad (el POT no lo hace) y calmar los
ánimos, en lugar de tratar con todo y para todo de cambiarle la “cara”.
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