Debido a la ya larga
crisis financiera, especialmente la venida abajo de la construcción, que además
fue la que la ocasiono, los arquitectos más de moda de Europa han puesto sus
ojos en América, atraídos por intermediaros que los conectan con esos alcaldes
que quieren que el mundo ponga los suyos en sus ciudades, como si de eso
dependiera su éxito: del circo más que del pan. No han leído al economista Edward Glaeser, quien afirma con razón que “para
prosperar, una ciudad tiene que atraer a personas inteligentes y permitir que
colaboren unas con otras.” (El triunfo de
las ciudades, 2011, p. 310), pues el circo es solo espectáculo y nada de
pan.
Ciudades
como Miami, en donde tienen con qué pagar el espectáculo de Zaha Hadid, o su
ciudad hermana, Cali, en donde las donaciones no alcanzan (afortunadamente)
para tanto. Aquí, como si ya no nos miraran bastante por la salsa, la silicona
y el narcotráfico, los que ni siquiera viven permanentemente en la ciudad, y
que poco la ven pues solo la atraviesan para ir al aeropuerto o al club,
quieren imponerle a los demás espectáculos diseñados a dedo por cuestionadas
estrellas de la arquitectura mundial. Lo que ni siquiera mereció el de la ampliación
del aeropuerto, proyecto (si es que lo hay y no apenas su imagen) hecho a dedo
por no se sabe quién.
Ya
trataron de meternos un innecesario puente sobre el Río Cali del varias
veces demandado y condenado Santiago
Calatrava (todos los suyos lo son: puros adornos). Hay otro para las orillas
del Río Cali de unos holandeses que ni siquiera se sabe quiénes son, ignorando
el grave abandono de sus cabeceras, y que sería el tercero realizado y pagado.
Otro más sería para la Avenida Sexta como si no hubiera tenido suficiente con
lo que le hicieron hace unos años. Y, finalmente, dicen que pretenden que Sir
Norman Foster haga en Navarro lo que justamente no hay que hacer: urbanizar en
un ex basuro contaminado y extramuros, que por lo contrarío debería ser parte del
urgente cinturón verde de la ciudad.
De
nada sirvió que Eduardo Souto de Moura iniciara su conferencia en la
Universidad Javeriana de Cali, ante cientos de estudiantes de arquitectura sin
futuro como diseñadores la gran mayoría, diciendo que con estrellas no se hacen
ciudades. Aunque por supuesto precisan de edificios y espacios emblemáticos,
pero que deben conocer y respetar su entorno que es el que está en la imagen y
memoria colectiva de los ciudadanos. O recobrarlo, que fue lo que hizo el
arquitecto Fernando Martínez con la Plaza de Bolívar en Bogotá, quien
acertadamente entendió que para la ciudad era más importante la plaza colonial
que el parque republicano.
De
ahí el acierto probado de La Grande Arche de la Défense, del arquitecto danés Otto von
Spreckelsen, ganador en un
concurso internacional, que alude al emblemático Arc De Triomphe de
París, diseñado por
Jean Chalgrin y Jean-Arnaud Raymond, inspirados en el Arco de Tito de Roma. Por qué es una vieja y sana
costumbre que este tipo de intervenciones sean objeto de concursos, ojalá
internacionales, y no asignadas a dedo. Por eso protestan los turcos en la
plaza Taksim: por defender su animación urbana, y contra un espectáculo
disfrazado de arquitectura, como lo habría llamado
Mario Vargas Llosa (La civilización del
espectáculo, 2012) si se hubiera ocupado del tema.
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