Así como las calles son el espacio básico de las
ciudades, las esquinas son sus puntos
críticos, como dice Ignacio Urbina Polo
(di-conexiones, 19/04/2012/ 7:05 am). En ellas se cruzan dos calles,
generalmente para pasar
de una local a otra transversal más importante, o lo contrario, y al tiempo son
las cuatro aristas en que convergen las fachadas de los edificios que las
conforman -y de ahí las tiendas de esquina-.
Las esquinas son, pues, lugares de encuentro, superposición y conflicto, lo que las convierte en generadoras de la
diversidad urbana. En lo que respecta a la seguridad vial, suelen ser los lugares más peligrosos, ya
que se encuentran vehículos que viajan en dirección contraria (http://es.wikipedia.org/wiki/Esquina); hasta cuatro sentidos cuando es de dos
cada calle.
En
Cali las son aún más críticas pues su cruce está pensado únicamente para
favorecer el tránsito automotor –no la movilidad de las personas- pero además mal pensadas pues los semáforos
no están sincronizados, o cuando no los hay los cruces son independientes cada
uno del siguiente, en las dos direcciones, y por eso los vehículos tienen que detenerse
casi en cada esquina, y para los peatones es más práctico y hasta seguro cruzar
por la mitad de la calle.
Por
eso cada vez más las ciudades incorporan rampas al final de los andenes para
todos los peatones. Y no como en Cali apenas para los discapacitados, mal
diseñadas por lo demás, como los pasos pompeyanos, cuando los hay, que están a un lado del recorrido peatonal
por lo que la mayoría de la gente (hay que insistir) no los usa; y hasta se ha
criticado que se hagan dizque porque obligan a los carros a detenerse lo que
precisamente es su función, mientras que en Londres, por ejemplo, se va a poner
la totalidad de la calle -andenes y calzada- al mismo nivel para beneficio de
los peatones.
Aquí
no hace falta ir muy lejos en la
ciudad para encontrar situaciones donde las soluciones que fueron implementadas
para las personas con discapacidad (que tienen impedida o entorpecida alguna de las
actividades cotidianas consideradas normales, por alteración de sus funciones
intelectuales o físicas) sean
tan mal pensadas que, paradójicamente, aumentan el peligro.
Se
ponen por ponerlas, como si fueran adornos; como esos “pares” en los que muchos
no paran, o que invaden el paso peatonal perjudicando a todos los peatones y no
apenas a los discapacitados. O esas velocidades máximas que nadie respeta y que
en muchos casos no deben hacerlo o, sencillamente, no pueden.
Y ni hablar de las señales acústicas en los
cruces de peatones que el ruido no deja oír. O el uso del Código Braille, del que habla Urbina
Polo, donde la visión y el tacto requieren de unas ‘distancias mínimas’
para que sean efectivos, además el rango de personas con ‘baja visión’ es muy
amplio y es cada vez menos utilizado como medio de lectura y comunicación por
la dificultad en su aprendizaje.
Pero en Cali lo que
importa es lo formal, lo aparente, no lo real, no lo que sé es si no lo que se
pretende ser. Aquí las esquinas parecen para todos pero no lo son, y no nos interesa conocer que ocurre con esos
espacios donde lo público y lo privado, los vehículos y los peatones, se mezclan para dar cara a una comunicación
más íntima y más cotidiana: más significativa.
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