Solo contamos con
la vida y la ciudad que tenemos, pero en Cali la mayoría desconoce en qué
consiste una buena ciudad y no valoran lo que aún le queda de bueno, que es
mucho más de lo que solemos pensar, pero menos de lo que nos quieren hacer
creer, lo que no es apenas paradójico sino lamentable. Como esa pose
“progresista” de querer “cambiarle la cara”, que lo único que indica es que no
estamos contentos con la que tiene….es decir con los “cambios” para cambiársela
desde hace medio siglo cuando era la “sucursal del cielo”. Entre otras cosas porque
son muy pocos los que se acuerdan de que sin duda era más ciudad cuando era
pueblo como lo ha dicho la editora y fotógrafa Sylvia Patiño, que con su
edición ilustrada de El Alférez Real
nos recuerda además cómo era la pequeñísima villa colonial anterior.
Todas
las “mejoras” que se le han tratado de hacer a la ciudad que fue Cali antes de
los Juegos Panamericanos de 1971 son de carácter supuestamente técnico, como lo
es su vialidad y transporte, enderezada torpemente a la circulación de carros y
buses olvidándose de la de los peatones, justamente la propia de las ciudades.
Además, como lo dice Nicolás Gómez Dávila “El mundo de la técnica no se opone
al de la estética, sino al de la gracia” (Escolios a un texto implícito, 1977), cosa que han olvidado sistemáticamente los diseñadores de
los muchos puentes vehiculares que se han hecho afeando la ciudad, y la gran
mayoría sin necesidad pues se hubieran
podido reemplazar por semáforos sincronizados que son de lejos mejores
en primer lugar para los peatones pero también para la fluidez del tránsito
vehicular.
Por eso es tan importante conocer
ciudades y desde luego mejor si son buenas ciudades, pero comportándose como
viajeros, y no apenas como turistas, para poderlas descubrir. Y no es necesario
ir tan lejos: justo a unas pocas horas en carro están Popayán al Sur y Pereira
al Norte, mucho menos grandes que Cali pero en algunos aspectos mucho más
ciudades, como lo es de lejos Manizales, un poco más allá, pues lo que hace
ciudad a una ciudad no es por supuesto su tamaño, y a veces sucede lo
contrario, y justamente es el caso de Cali. La sede de la Universidad Nacional
en Manizales, por ejemplo, es de lejos mucho mejor que la de la Universidad del
Valle, ambas públicas, en la calidad arquitectónica de sus nuevos edificios, la
conservación de los viejos, y su mantenimiento y dotación, lo que nos debe
indicar algo.
Es decir, para aprender de otras
ciudades es necesario estudiarlas comparativamente con la propia, para que al
regreso, que es lo mejor de los viajes, ya se sabe, podamos mejorarla y en consecuencia nuestra vida en ella, o al
menos vivir en el intento. Deberíamos buscar ciudades silenciosas pero alegres,
ordenadas pero estimulantes, bellas pero significativas y acordes con sus
climas, paisajes y tradiciones. En esto estriba ante todo la calidad de vida en
las buenas ciudades, no en “cambiarles la cara” desfigurándolas de paso, pues
ahora más que nunca su futuro esta es en conservar su pasado, como lo señalo el historiador Paul Goldberger, crítico de arquitectura
del New York Times, en una entrevista reciente con El País de Madrid, con
motivo de la edición en español de su libro Por
qué importa la arquitectura, 2009.
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