Aparte de que el día da paso a la noche, el verano
al invierno, la lluvia a la sequía, el viento a la calma chicha y la humedad a
la resequedad, los edificios solo se pueden usar y apreciar recorriéndolos.
Incluso estando quietos en ellos se recorren con la mirada mientras pasa el
tiempo. Se entra y se sale de ellos, se sube o se baja, se pasa de un recinto a
otro, y todo cambia si se trata de un niño o un viejo y hasta de una mujer o un
hombre y ni se diga de un enfermo o un discapacitado. Actividades todas que se
llevan cabo no apenas en el espacio sino en el tiempo.
Es
decir, que la arquitectura en este sentido es -.debería ser- la composición de espacios que permitan una
secuencia de sucesos de la vida diaria de la gente como a lo largo de los años.
Secuencia que precisamente es el instrumento único de la arquitectura para
engendrar emociones. Como las que genera la directriz acodada en nuestra
arquitectura colonial y de tradición colonial y que por otros caminos
reencontraron los grandes maestros de la arquitectura moderna.
Espacios
y tiempos que se han de recorrer por los diversos usuarios de los edificios y
que hay que hacer evidentes en los planos, recorriéndolos con la imaginación. O
haciendo animaciones con ayuda del computador, pero no volando frívolamente
como lo hacen muchos vendedores de ilusiones, trampa en la que a su vez caen
muchos, sino circulando por los espacios de los edificios, es decir viajando en
el tiempo.
Y
así como los vestidos duran mucho menos que las personas, los edificios duran
mucho más, y por eso es que ineludiblemente cambian como dice Rafael Moneo (La vida de los
edificios, 1985). Pero pese a esta
verdad de a puño, rara vez se diseña su tiempo, solo su espacio, pese a que
cada vez es más evidente el paso del tiempo en ellos, y que ahora hablamos de
proyectarlos más que de diseñarlos. Pero es que pasamos por alto que proyectar,
además de hacer un proyecto de arquitectura o
ingeniería, es también lanzar, dirigir hacia adelante o a distancia (DRAE).
Las
viejas tipologías arquitectónicas
permiten que los edificios cambien y que ellas evolucionen, con la
enorme ventaja cultural de que así sea. Como la casa de patio en manzanas
cerradas, típica de los barrios coloniales y
de tradición colonial. Por ejemplo San Antonio en Cali, en su versión de
medios patios y solar, antiquísima tipología que comparte con las casas de
Cartagena, y que ha permitido su reinterpretación actual con éxito. De ahí que
lo que es pertinente sea el conocimiento y uso de las tipologías más indicadas,
logrando un acuerdo entre clima paisaje y tradición como pedía Le Corbusier (Boesiger, Le
Corbusier, Oeuvre complete 1938-46, 1955).
Si
la lengua cambiara totalmente con cada generación, mucho más de lo realmente
necesario, pronto estaríamos en una torre de babel, que es precisamente en lo
que se han convertido nuestras ciudades, de la mano de arquitectos que apenas
buscan el espectáculo, copiando meramente edificios espectaculares de otras
partes, y no recreando nuestras
acertadas tipologías, como lo hizo Rogelio Salmona pero de lo que poco se habla.
Basta pensar en su reincorporación de
los patios a la arquitectura moderna del país, desde la Casa de Huéspedes
Ilustres de Colombia, en Cartagena.
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