Olvidando que Cali está en una zona de alto riesgo sísmico, los más
de 120 mil millones de pesos que se “invirtieron” en el Estadio Pascual
Guerrero, aun sin terminar, no mejoraron su precaria seguridad. Por lo
contrario hoy es más difícil evacuarlo por la sencilla razón de que las hileras
de puestos están más juntas. Tampoco se aprovechó para solucionar el absurdo de
que las escaleras de las tribunas terminan justo contra los soportes de la
cubierta, ni que su ancho no sea apropiado. Ni se construyeron escaleras de
emergencia desde la parte superior de las graderías, quedando todo el público
supeditado a salir solo hacia la cancha misma, multiplicando el peligro de
atropellos y caídas, pues las salidas a la calle, que ni siquiera están
debidamente señalizadas, están peligrosamente cerradas con cerrojos y candados.
Pero
lo más grave es que se disminuyó considerablemente el área libre exterior, a la
que llegarán los espectadores que logren desalojar el estadio, al ser ampliado
el estadio hasta casi la mitad de las vías que pasan por sus costados. Y no
sólo en caso de una emergencia sino al final de un espectáculo corriente, como
pasa actualmente, no quedando más que dejar que invadan las calles vecinas con
todos los inconvenientes que implica para sus habitantes. Ocupación ilegal de
un espacio público, por lo demás, porque el proyecto de remodelación no contó
con los permisos de una Curaduría Urbana, donde les habrían hecho estas y otras
observaciones, ni con el concepto del Comité de Patrimonio del Municipio. Es
decir, es otra costosísima obra pública hecha, con el dinero de los
contribuyentes, a sus espaldas y de las normas y estándares existentes.
Sin
duda fue un despropósito no haber construido un nuevo estadio donde no
comprometiera el tránsito de la ciudad ni la tranquilidad de los barrios
vecinos, como ocurre ahora cada vez que este se usa, y más cerca de Palmira
(que debería ser la “ciudad hermana” de Cali y no Miami), o sencillamente
habría sido más económico adquirir el estadio sin uso del Deportivo Cali cerca
al aeropuerto. La Universidad del Valle, propietaria del Pascual Guerrero, que poco
se ha manifestado en todo este asunto, podría haberlo dedicado a su propio uso
si no se hubiera trasladado a Meléndez, pero se le convirtió en una “papa
caliente” igual que el hotel sin terminar de la Avenida Sexta. Ahora tendrá que
hacer frente a los problemas legales que ocasionará esta “mega” equivocación.
Al
estadio hay que hacerle escaleras de emergencia, ampliar la circulación entre
los puestos, correr las escalinatas para que no terminen contra la estructura y
adquirir las casas vecinas para una gran explanada, debajo de la cual irían las
vías actuales y nuevos estacionamientos (con los que se podría recuperar la
inversión), bordeada de árboles altos que disminuyan el ruido que generan los
espectáculos, y cuyo acceso estaría controlado. También serviría para su uso,
en caso de desastre, por el vecino Hospital Universitario. No hacer nada es
contentarse con el “descreste” muy discutible de la cubierta suspendida de esta
trampa mortal, que poco cubre y cuya pronta vejes ya es evidente. Para no
hablar de la bella Tribuna de Occidente (1953), del ingeniero Guillermo
González Zuleta, patrimonio de Cali, la que dejaron
torpemente encerrada.
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