Como informó el Diario
Occidente, 30/12/2012, en la Secretaría de Tránsito Municipal creen que es
necesario instalar reductores de velocidad en algunos puntos de la
ciudad para reducir la accidentalidad, pero que “por ser un elemento
que afecta la movilidad […] no está autorizando instalar
nuevos reductores […] en ninguna vía de Cali”. Ambigüedad muy caleña:
si pero no. Pese a esa restricción, y que
son el elemento más agresivo en materia de señalización vial, y el
último recurso al que se debe acudir cuando no hay ninguna otra
solución para que el conductor entienda que debe reducir la
velocidad, la Secretaría recibe muchas solicitudes para su instalación
y, ante la casi segura negativa, los ciudadanos los construyen en
donde se les da la gana y sin las especificaciones técnicas indicadas.
Es
imposible determinar cuántas de estos cuestionables embelecos hay en
las calles de Cali, y su proliferación está relacionada con que
“la gente considera que es, desafortunadamente, la única forma
en que el conductor puede acatar una norma de tránsito y reducir
la velocidad”. Pero lo que no ve la gente -ni las autoridades-, es que la alta
accidentalidad del tránsito en Cali es debida a la pésima señalización y
demarcación de sus vías, incluyendo los policías acostados, que producen
súbitas frenadas por su mal diseño, tanto como el mal diseño de las vías
propiamente dichas. Además la gente, incluyendo los chóferes de buses y taxis,
sencillamente no sabe manejar bien, sobre todo los conductores de motos, los
que muy irresponsablemente hacen en Cali lo que se les da la gana, incluyendo
los de la Policía.
Además los reductores de
velocidad, construidos por los particulares sin las especificaciones técnicas
indicadas, especialmente en las calles de los barrios residenciales, desajustan
los vehículos y a muchos los dañan, sobre todo cuando las barreras son angostas
y muy altas, y aún más cuando están en calles con huecos, como muchas en Cali,
o que nunca se tapan bien. Lo que constituye una redundancia muy caleña, pues
para que “acostar policías”, antes de que se tapen los huecos, si con ellos
basta para que haya que circular despacio. Pero es que los reductores de velocidad
desde luego se ponen es porque les encantan a la gente, ya que son una manera
de apropiarse de las calles como se hace con los andenes al modificar su suelo
al gusto de su “propietario” o estacionar en ellos los carros o una venta
ambulante, con servicios y todo.
Los
reductores de velocidad, si se precisan, deberían estar solamente en las
esquinas, en donde, si es del caso, deberían tomar la forma de anchos pasos
pompeyanos para su seguro cruce por los peatones, con lo que se matarían dos
pájaros de un tiro, como se ha insistido repetidamente en esta columna. Pero
nada de esto es de interés para los caleños, y nada se hace para educarlos en
este sentido: en el respeto por el espacio urbano público. Como dice Javier
Marías (Los villanos de la nación,
2010), “los problemas de las ciudades se ven como asuntos menores. En los
periódicos van a parar a las tristes secciones locales, en la que toda noticia
se difumina y angosta.” La información del Diario Occidente por supuesto fue
una bienvenida excepción, como lo es la columna ¿Ciudad? en El País, toda una
ya larga salvedad en Colombia.
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