Lo que diferencia la arquitectura de la construcción común, pese a que por supuesto ambas comportan
una estética, es su propósito deliberado de que emocione con lo que se ve de
los volúmenes y espacios exteriores e interiores de los edificios cuando se los mira al recorrerlos, o cuando
se recorren con la mirada. En la arquitectura las circulaciones no pueden ser
meramente funcionales si se pretende tener a través de ellas una experiencia
significativa, pero tampoco se debe comprometer su eficiencia, confort o seguridad.
Por
eso dicha experiencia depende fundamentalmente de cómo se desequilibra la
simetría en las fachadas de los diferentes cuerpos de una edificación, e
igualmente en los alzados de sus distintos recintos, y sobre todo de cómo
incide en ellos la luz, lo que también los desequilibra. Y algo similar pasa con los espacios públicos
como calles, plazas y parques, o los patios y jardines privados, que
precisamente están es al aire libre y cuya cubierta es el cielo, por lo que en
ellos las sombras se producen es sobre sus suelos.
Sin luz no se ven los edificios ni los espacios públicos, y aunque
también se perciben con otros sentidos, sin verlos, sonidos, texturas y olores
son otra cosa. En el acertado manejo de la luz en edificios y espacios urbanos
estriba buena parte de su capacidad de emocionar. Matiza, cuando no crea ex
profeso, las sorpresas a lo largo de los recorridos y de las vistas a través de
los vanos. Las que cambian a lo largo del día, con el movimiento del Sol, y ya
entrada la noche que, sobre todo en las ciudades, nunca es totalmente cerrada,
y menos ahora que la iluminación artificial permite otros efectos.
Por
su parte, la composición de los volúmenes, fachadas, elevaciones y espacios de
un edificio depende de cómo se organicen sus diferentes recintos a lo largo de
un eje de composición, en uno o más pisos. En la arquitectura hispanomusulmana
y en consecuencia en nuestra arquitectura colonial se acoda generando
sorpresas, coincidiendo con el espacio continuo y asimétrico de la mejor
arquitectura moderna. Y se logran más emociones en los recorridos cuando se los
combina con los remates propios de las composiciones axiales.
Igualmente
es muy importante la repetición de elementos. Una columna es solo una columna y
su belleza depende de ella misma, pero ocho en fila ya son un templo y la
belleza de este depende mucho más de la repetición de sus columnas que de la
belleza de cada una de ellas. Es lo que va de una teja a una techumbre, de un
simple voladizo a un maravilloso pórtico, de una serie de ventanas a una desabrida fachada cortina de vidrio. Es
la repetición de casas similares, pero no idénticas lo que hace bella una
calle, un barrio.
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