Se habla mucho y con frecuencia de nuestro sometimiento a Estados
Unidos política y económicamente (incluyendo el narcotráfico), y de su
penetración cultural. En Cali es tal que al sitio en donde pusieron una bomba cerca
a la Policía lo llamamos de inmediato “zona cero”, y por sus calles transita hace
unos años un Land Rover con letreros de US ARMY, siendo que es un “Jeep” que
nunca ha usado ni usará el ejército de
Estados Unidos y menos con ese verde y esa caligrafía. Y son muy comunes esas
provocativas camisetas con un “For Sale” estampado que llevan muchas sardinas
que no lo están. O esos letreros de “open” que ponen en muchos locales que ya
están cerrados, es decir “close”. Lo gringo en Cali es “in”.
Pero poco se mencionan nuestras otras dependencias, como en
nuestras ciudades de traza ortogonal y en nuestra arquitectura de patios, por
ejemplo, que los colonizadores españoles habían adaptado desde el siglo XVI a
nuestra geografía. Paradójicamente después de nuestra Independencia, la
República rápidamente las llenó de antejardines y convertimos nuestras plazas
en parques, como en Francia, y con el triunfo de Estados Unidos en la II Guerra
Mundial, se generalizaron los voladizos y los ventanales indiscretos
enfrentados a lado y lado de las calles, mientras abandonamos los patios.
También nos llegaron “closets” y
“halles” y olvidamos zaguanes y
alacenas. Metimos al interior de las viviendas los baños, pequeños y sin
luz natural ni buena ventilación. Abandonamos patios y solares, celosías,
corredores y techumbres, incluso en nuestros centros históricos, o barrios
tradicionales como San Antonio, en donde sí que son pertinentes. También
privilegiamos el español californiano sobre el neocolonial al que nos había
invitado una década antes la Madre Patria, y por último llegó la moda de las
“torres” y ahora de los vidriecitos de colores.
Nuestras ciudades, con su traza regular y ortogonal de manzanas
alrededor de una plaza, vienen de las
bastidas medioevales y estas de los campamentos de las legiones romanas, como
de las medinas hispanomusulmanas. No tenían antejardines, las calles eran
estrictamente paramentadas y en ellas predominaba el lleno sobre el vacío. Las
casas necesariamente tenían patios y solares y no presentaban voladizos en sus
segundos pisos sino balcones corridos, como los de Cartagena, que nunca
llegaban a los extremos, y aleros a todo su largo. Casas y calles eran las dos
caras de una misma ciudad, y por supuesto las únicas torres eran las de las
iglesias más importantes pues las demás tenían sencillas espadañas.
Habría que prohibir los voladizos, que son una apropiación más del
espacio urbano público, y legalizar el cierre de los antejardines (como está
ahora permitido en San Antonio), lo que la gente hace espontáneamente pues su
condición de propiedad privada de uso público es ajena a nuestra tradición e
idiosincrasia. También tendríamos que sacar en los edificios los baños a las
fachadas, para que nuevamente sean claros y ventilados, y lo mismo los armarios
empotrados lo que, disminuyendo los ventanales, nos permitiría defendernos más
del sol y la lluvia, y recuperar nuestra tradicional privacidad. Buscando la
misma, habría que regresar a los patios, como lo hizo Rogelio Salmona.
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