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Dependencias culturales. 21.04.2012


Se habla mucho y con frecuencia de nuestro sometimiento a Estados Unidos política y económicamente (incluyendo el narcotráfico), y de su penetración cultural. En Cali es tal que al sitio en donde pusieron una bomba cerca a la Policía lo llamamos de inmediato “zona cero”, y por sus calles transita hace unos años un Land Rover con letreros de US ARMY, siendo que es un “Jeep” que nunca ha usado ni usará  el ejército de Estados Unidos y menos con ese verde y esa caligrafía. Y son muy comunes esas provocativas camisetas con un “For Sale” estampado que llevan muchas sardinas que no lo están. O esos letreros de “open” que ponen en muchos locales que ya están cerrados, es decir “close”. Lo gringo en Cali es “in”.

Pero poco se mencionan nuestras otras dependencias, como en nuestras ciudades de traza ortogonal y en nuestra arquitectura de patios, por ejemplo, que los colonizadores españoles habían adaptado desde el siglo XVI a nuestra geografía. Paradójicamente después de nuestra Independencia, la República rápidamente las llenó de antejardines y convertimos nuestras plazas en parques, como en Francia, y con el triunfo de Estados Unidos en la II Guerra Mundial, se generalizaron los voladizos y los ventanales indiscretos enfrentados a lado y lado de las calles, mientras abandonamos los patios.
También nos llegaron “closets” y  “halles” y olvidamos zaguanes y  alacenas. Metimos al interior de las viviendas los baños, pequeños y sin luz natural ni buena ventilación. Abandonamos patios y solares, celosías, corredores y techumbres, incluso en nuestros centros históricos, o barrios tradicionales como San Antonio, en donde sí que son pertinentes. También privilegiamos el español californiano sobre el neocolonial al que nos había invitado una década antes la Madre Patria, y por último llegó la moda de las “torres” y ahora de los vidriecitos de colores.

Nuestras ciudades, con su traza regular y ortogonal de manzanas alrededor de una plaza, vienen  de las bastidas medioevales y estas de los campamentos de las legiones romanas, como de las medinas hispanomusulmanas. No tenían antejardines, las calles eran estrictamente paramentadas y en ellas predominaba el lleno sobre el vacío. Las casas necesariamente tenían patios y solares y no presentaban voladizos en sus segundos pisos sino balcones corridos, como los de Cartagena, que nunca llegaban a los extremos, y aleros a todo su largo. Casas y calles eran las dos caras de una misma ciudad, y por supuesto las únicas torres eran las de las iglesias más importantes pues las demás tenían sencillas espadañas.

Habría que prohibir los voladizos, que son una apropiación más del espacio urbano público, y legalizar el cierre de los antejardines (como está ahora permitido en San Antonio), lo que la gente hace espontáneamente pues su condición de propiedad privada de uso público es ajena a nuestra tradición e idiosincrasia. También tendríamos que sacar en los edificios los baños a las fachadas, para que nuevamente sean claros y ventilados, y lo mismo los armarios empotrados lo que, disminuyendo los ventanales, nos permitiría defendernos más del sol y la lluvia, y recuperar nuestra tradicional privacidad. Buscando la misma, habría que regresar a los patios, como lo hizo Rogelio Salmona.

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