Una buena ciudad
es ahora indispensable en cualquier parte para poder tener una buena calidad de
vida, incluso para la vida misma pues sin las ciudades no cabríamos todos en el
único planeta que tenemos. Ya somos más siete mil millones de habitantes en él,
hay que recordarlo. Y pronto seremos cincuenta millones los colombianos en el
mismo millón largo de kilómetros cuadrados del país. Es decir, apenas unas dos
hectáreas por cada uno, y por eso vivimos casi el 80% en sus ciudades y
pueblos.
Y en Cali pronto seremos tres millones,
si es que ya no lo somos, contando su numerosa población flotante, pero la
mayoría de los caleños, que son los más jóvenes, aún no saben a cabalidad en
qué consiste una buena ciudad, y muchísimos ni siquiera han estado en una de
ellas. Ni ellos ni sus padres ni mucho menos sus abuelos tampoco conocieron y
ni siquiera saben algo de cuando Cali era una mejor ciudad casi un siglo antes.
Nuestra historia urbana brilla aquí por
su ausencia.
En Cali tenemos que explicarnos todo
todos los días. Para entender sus problemas actuales tenemos que enterarnos
cómo era la ciudad, antes y después de los Juegos Panamericanos de 1971,
principalmente en la primera mitad del siglo XX, y, por supuesto, cómo es de
verdad ahora, pues nos dicen y nos decimos muchas mentiras al respecto. Antes
se decía que era la capital del cielo pero ahora parece serlo del infierno, nos
guste o no.
La Cali actual comienza con la llegada
del ferrocarril desde Buenaventura, es decir desde el mundo, y el ser escogida
en 1911 como capital del nuevo Departamento del Valle del Cauca hace apenas un
siglo. Lo anterior, antes de la Conquista es apenas su lamentable y escasamente
conocida pre historia, y desde su fundación en 1536 lo más relevante es la
escogencia de su emplazamiento, justamente buscando una salida al mar, la que
sólo se alcanzará cuatro siglos después.
Pero Buenaventura y Cali dependen cada
vez menos una de la otra. El puerto es de vital importancia para el
Departamento y para el país, e incluso para Venezuela y Brasil, nada menos,
pero ya no tanto para Cali. Aunque la inmigración de gentes desde la costa pacífica hacia Cali parece haber aumentado,
aquí dependen es de la ciudad y de la agroindustria de la región. Y los caleños
que pueden prefieren salir al Caribe; de otra forma haría años que se habría
terminado la eterna doble calzada.
En conclusión, Cali es una ciudad muy
nueva y muy grande, lo que está a la cabeza de su muy irregular calidad de
vida. De un lado cuenta con un clima envidiable y unos bellos paisajes de
montañas y valle, y un mar magnifico al lado, pero ha perdido sus viejas
tradiciones, y no ha pasado suficiente tiempo para reemplazarlas por otras
acordes con una nueva ciudad demasiado extensa por lo demás.
Y de otro lado, no hemos sabido
decantar nuestra actual pluralidad étnica y cultural, cuya hibridación debería
generar esas vigorosas nuevas y variadas tradiciones. Ni tampoco hemos
aprovechado lo que en este sentido, calidad de vida, significaba la existencia
de un sistema de ciudades en la comarca, de Santander de Quilichao a Cartago.
Ni siquiera entendemos la enorme pero desaprovechada ventaja de tener a
Palmira, Pradera y Florida, al otro lado del valle, en donde sí se ven los
atardeceres.
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