Hay que partir de
que en últimas los funcionarios públicos de las ciudades son buenos en la
medida en que mejoren la calidad de vida de la mayoría de los ciudadanos, para
lo cual precisan de un verdadero plan integral que por supuesto exige un mínimo
conocimiento geográfico e histórico de las ciudades y sus habitantes. Y por
supuesto deben ser idóneos en el tema de
su cargo. Y si son probadamente buenos deberían continuar en él aun cuando
cambien el alcalde y otros funcionarios. Especialmente los directores de las
oficinas de planeación, por razones obvias, y por eso es que hay en muchas
ciudades la figura de “el arquitecto de
la ciudad”. Difícilmente se puede planificar el crecimiento y mejora de una
ciudad si todo se cambia cada cuatro años al vaivén de los ingreses
inmobiliarios del momento.
Para
seleccionar buenos funcionarios no vasta preguntarles demagógicamente cual es
la ciudad que quisieran, o que ellos hagan lo mismo con sus potenciales
electores. En ambos casos se reciben respuestas tontas y en el mejor de los
caso inmediatistas o inducidas por las noticias sin explicar de unos medios que
supuestamente son de comunicación social, pero que cada vez más se guían descaradamente
por la pauta publicitaria. Habría que inquirir sobre los trabajos previos de
los diferentes candidatos a funcionarios, sobre la ciudad misma o lo que pasa
en ella según cada caso. En pocas palabras, se debería verificar si están
calificados profesionalmente para el cargo, si cuentan con suficiente
experiencia en su tema y si demuestran la experticia pertinente.
Y
sus planes no pueden ser para cuatro años ni se puede improvisar antes de unas
elecciones. Tienen que recoger trabajos y personas que han meditado al respecto
mucho antes, para transformarlos en un propósito colectivo que dure mucho
tiempo, y de tal manera que solo precisen actualizaciones y enmiendas aceptadas
por la mayoría y no su cambio radical con cada nuevo alcalde como sucede
actualmente. Planes, programas y proyectos que han costado mucho, y que son pagados
con los impuestos de los ciudadanos, que se descartan e incluso se desaparecen con cada nueva
administración. En todas las empresas los buenos funcionarios permanecen ¿por
qué en nuestras ciudades no? La respuesta es por supuesto el clientelismo. Por
eso deben ser parte de un equipo y de un verdadero partido político.
Los
alcaldes tendrían que ser reelegibles para periodos inmediatos, como lo son
actualmente los concejales. En muchas ciudades del mundo es así y con
frecuencia duran muchos años. Y más que proponer planes se dedican es a cumplir
los ya establecidos con anterioridad haciendo las reformas que se requieran
para mejorarlos, y de ahí que comiencen por evaluar primero lo que ya existe.
En conclusión, deberíamos escoger programas y no apenas personas. Y lo ideal
sería que escogiéramos primero los programas propuestos por los partidos y
después los funcionarios más adecuados para sacarlos adelante. Parece muy
complicado pero sería fácil si se quisiera. ¿Por qué no nos interesa tener
buenos funcionarios? ¿Por qué nos negamos a la reelección de los mejores
alcaldes? Eso es lo que tenemos que preguntarnos en lugar de quejarnos de que
los funcionarios sistemáticamente son malos.
Comentarios
Publicar un comentario