Caminar
por sus ocho cuadras, aun sin terminar, una mañana por la mañana de un día
entre semana, es un recorrido por la torpeza notable en comprender
las cosas de las ciudades que hay en esta. No hay
pasos peatonales en la Calle 13 o frente al Intercontinental, y por cada 30
peatones que cruzan por el Puente España o el Ortiz, apenas uno camina por el
llamado bulevar Avenida Colombia. Un pleonasmo tan tropical como el sol que
azota transeúntes y bancas pues las únicas sombras son las muy flacas de los gordos
ductos de extracción de gases del túnel. Y por supuesto la propaganda que hay
en ellos, pues se los disfrazo de mogadores, no se puede ver.
No
hay baños públicos, solo la orilla del río, por lo que es buena la propuesta
del Concejal Carlos Pinilla Malo, de utilizar los que hace años se hicieron
debajo del Puente Ortiz, siendo Alcalde Julio Riascos, que puso a la arquitecta
Liliana Bonilla al frente de Planeación
y se asesoró con el arquitecto Rogelio Salmona. Y se podría emplear el lote
abandonado hace décadas en la Calle 11 con
Avenida Colombia, la que nunca tuvo comercio, como sucede en todas
partes con las calles junto a ríos o mares, para otros equipamientos, que al
parecer ya fueron asignados nuevamente a dedo y no por concurso, sobre lo que
algo tendrá que decir la SCA.
Pasar
el MIO, ignorando el error del TrasMilenio en la Jiménez en Bogotá, pero no
poder ni siquiera abordarlo, llevó a que se abandonaran los espacios dejados
para ese propósito, que quedaron como
testigos de la improvisación recurrente en las “megaobras”, lo que explicaría
que vayan costando el doble o triple de lo presupuestado. Y pasar los buses
lentamente para evitar accidentes con los peatones y los inexistentes meseros
de los poco probables cafés terraza que se invocan, como los de las Ramblas de Barcelona, pues
hasta eso dijeron, lleva a que el sistema de transito rápido de buses (STRB por
sus siglas en español) sea allí todo un chiste malo.
Ya
faltan más de quince lámparas, lo que indica que se las comenzaron a robar, o que
nunca las pusieron lo que viene a ser lo mismo. El deterioro y mugre de materas
y bancas avanza, el “óxido” que pusieron nuevo ya se está descascarando, y casi
nadie se sienta en ellas pues para asolearse está Pance. Lo que si se usa es el
río Cali para que los indigentes se bañen los días de sol y laven sus “chiros”,
lo que sin duda es un peculiar atractivo turístico, como los peatones que
caminan con bicicletas al lado, aunque se trata es de un engaño (lo son con
frecuencia los llamados atractivos turísticos), pues son simples ciclistas a
los que no se les dejo una ciclovía.
Y solo falta que alguien se caiga al
río para que tengan que responder por que se quitaron setecientos metros de la
baranda y pérgolas originales de la Avenida Colombia, cuando era un paseo de
verdad y no un bulevar de mentiras. Por ejemplo el Consejo Nacional de Patrimonio Cultural (CNPC), que lo autorizó o no se percató, pues se trata de un
BIC, un bien de interés cultural de la ciudad. Pero es que desde los Juegos de
1971 la pretendida modernización de Cali ha consistido no en hacer lo nuevo
sino en demoler lo que se considera viejo, para cambiarle la cara, la que por
otro lado es considerada bonita por los que no la quieren ver o no saben cómo.
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