Insistamos en que soñemos que las ciudades y su arquitectura pueden ser sostenibles y contextuales; que su suministro de agua y energía pueden ser eficientes y que sus basuras dejarán de serlo; que el ruido ajeno y las fachadas impertinentes desaparecerán, y que no hay más usos del suelo incompatibles pero todo está cerca. Despertemos de esas pesadillas en que se han convertido esas ciudades que han crecido mucho y muy rápido y ya apenas permiten soñar en viajar a otra parte.
Soñemos que el agua que se utiliza en cada edificio o casa se puede reutilizar limpiándola según esté contaminada o sólo sea jabonosa, y que la de las lluvias se puede almacenar en bellos estanques, permitiendo que juntas abastezcan viviendas y demás sin necesidad de estar conectados permanentemente a redes de servicios de acueducto deficientes que dejan escapar parte del agua potable o permiten que se la roben o que muchos la usen para lavar suelos y carros o regar jardines.
Consideremos que la energía se puede generar en cada casa o edificio mediante paneles solares en sus cubiertas planas o que, en las inclinadas, recuerden las bellas techumbres de antes, pero al mismo tiempo privilegiando la iluminación y climatización naturales. Ya que todas las comunicaciones pueden ser inalámbricas, desaparecerían de las calles, plazas y parques los horrorosos postes y marañas de cables aéreos que tanto las afean pero que, es alarmante, a casi nadie le importan.
Y pensemos que las basuras pueden dejar de serlo pues con las orgánicas se puede producir en casa composta para jardines, huertos caseros y vergeles; y con todos los periódicos, revistas, cartones, empaques, servilletas, vasos, platos y bolsas de papel ya utilizados, se podrían producir sus reemplazos, lo que haría desaparecer a los de plástico desechable, por lo que solo se recogería basura clasificada para poder reciclar además todos los desperdicios de metal, vidrio, cerámica o madera.
Soñemos que el ruido ajeno se puede apagar educando a los vecinos en el respeto a las normas y a los demás, igual que se hace con los conductores que cometen faltas, y decomisando sus equipos de ruido, que no de música, a los que insistan y llevarlos a los patios en donde ahora se dejan los carros inmovilizados a sol y lluvia. Y esperar a que se invente un aparato mágico que impida que las ondas sonoras se alejen mucho de los parlantes para que los que quieran se puedan ensordecer solos.
Consideremos que los cambios impertinentes de las fachadas (color, paramento, altura, vanos, cubierta) desaparezcan en las remodelaciones y en las nuevas construcciones, y se entienda que en la medida en que conforman espacios urbanos públicos son también públicas y no solo privadas, buscando por lo contrario que sean discretas reinterpretaciones de las originales de cada calle y barrio y no sólo meras “fachas” escandalosas sólo para llamar la atención haciendo más “ruido” en ellos.
Y pensemos que no haya nuevos usos del suelo que sean incompatibles con los ya existentes en cada sitio, es decir que no generen molestia alguna a los vecinos, pero sí auspiciar los que sean oportunos para que la mayoría de todo lo necesario para la vida cotidiana esté más cerca de la vivienda en ciudades dentro de la ciudad alrededor de centralidades peatonales, formadas por supermanzanas de solo tránsito automotor local y con amplios, llanos y arborizados andenes, y seguras ciclovías al lado.
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