Todo lo que acontece cotidianamente en las grandes ciudades de países como Colombia (corrupción, violencia, inseguridad, miseria), hace olvidar lo que la arquitectura y el urbanismo representan en ellas (imagen colectiva, vivienda, movilidad, servicios y equipamiento urbano) dificultando que sus muy nuevos habitantes se vuelvan verdaderos ciudadanos sin perder su tradición campesina de colaboración, comprensión y amor a la naturaleza: su biofilia.
Se olvida el urbanismo cuando la arquitectura ignora su entorno y que lo ya construido constituye un patrimonio económico (capital invertido), social (tradiciones locales) y ambiental (materiales, agua y energía consumidos) razones de sobra para entender que en las ciudades no se proyectan edificios como si estuvieran aislados sino al mismo tiempo las calles que conforman.
La demolición de construcciones continúa ilegalmente, y aunque la mayoría de las veces no sea la de Bienes de Interés Cultural, BIC, casi siempre si lo es de su entorno, pese a estar protegido supuestamente. Y se continua arrasando el paisaje natural inmediato a las ciudades urbanizándolo mal y tapando vistas y brisas, como si proyectarlo bien no fuera un mejor negocio y sobre todo para todos.
Igualmente pensar más en los automóviles que en la gente ha tenido como resultado que en muchas ciudades las calles se ampliaron a pedazos dejando feas culatas y sucios recovecos, y en las que a pesar de que se quedaron sin andenes amplios se continúan haciendo apartamentos en los primeros pisos en lugar de locales; o detrás de antejardines, ajenos a la tradición urbana de Iberoamérica, que pronto se invaden y hasta se construyen ilegalmente...para habilitar locales.
Además algunos “arquitectos” que ni siquiera lo son de formación ni legalmente, sólo imitan, que no entienden, el espectáculo de los “ejemplos” que muestran las revistas de la moda arquitectónica, ni por supuesto consideran que los edificios, incluyendo los que si deben ser monumentales, y las ciudades no son para ellos, para su egolatría y provecho económico propio o para otros, si no para que vuelvan a ser también y principalmente para todos los ciudadanos como antes.
De otro lado, la obsolescencia inducida por los propietarios de edificios, sea conscientemente o no, afectando mal sus barrios, debida a la irresponsabilidad de la propiedad privada, ha llevado a más consumo y menos sostenibilidad, y a la no reutilización de lo ya construido. Es el fraude de la moda de las nuevas “torres” de apartamentos todos idénticos, uno sobre otro, dilapidando más energía y agua.
Además muchas universidades siguen con un programa único de arquitectura en lugar de diversificarse en varias especialidades, cada vez más necesarias, como lo es la del diseño de las varias instalaciones de los edificios, en función de una construcción sostenible y reutilizable; o el amueblamiento técnico de cocinas, lavaderos, baños, depósitos y armarios no empotrados.
En fin, a más politiquería menos polis, y de ahí la urgencia de políticos que entiendan la importancia de los edificios para las ciudades, y de ciudadanos y no meros habitantes. Rogelio Salmona decía con mucha razón que hacer arquitectura en Colombia era hacer política, y ya en las próximas décadas es preciso hacerla para poder volver a una mejor arquitectura y ciudad.
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