Lo de sociedad anónima
es un decir pues bien se sabe quiénes son los que están destruyendo la ciudad,
movidos por el negocio fácil y pasajero y no por el buen negocio que es el que
beneficia a todos y dura. Aquello que es objeto de una ocupación lucrativa,
pero de interés, que se logra con lo que se
comercia o pretende; y desde luego mucho más tratándose de un bien
público: la ciudad, es decir, tratándose de sus espacios urbanos y del exterior
de los edificios que los conforman. Algo que como la lengua era parte de la
cultura pero que ahora se ignora incluso por
muchos arquitectos y ciertas empresas destructoras, que no
constructoras, que ni siquiera les dan el crédito a los que emplean.
Destruyen el paisaje urbano, como fue ahora el turno de un
edificio en la Avenida Sexta Norte
¿Laboratorios Baxter? Y
si no se hace algo a los Laboratorios Squibb, de 1956, de Arango & Murtra,
le espera lo mismo pese a ser una obra de indiscutible importancia en la
arquitectura moderna en Colombia. O los que insisten en desaparecer casas en el
Centro Histórico para hacer parqueaderos, o en pintar de colores las fachadas
en San Antonio pese a estar prohibido, o en pintarrajear muros en cualquier
parte y llamarlos arte urbano sin entender qué es arte ni que es lo urbano, o
qué se autodenominan artistas, siguiendo a Marcel Duchamp sin saber algo del
mismo, creyendo que lo son solo por hacerlo.
Destruyen el paisaje natural al urbanizar mal, talando
árboles, tapando las vistas a los cerros y la cordillera, creando además
problemas de infraestructura. Ignoran que la buena arquitectura al enmarcar el
paisaje lo focaliza y embellece, y por lo tanto hace más deseable el edificio.
No se han enterado del valor agregado a sus negocios por el muy especial
relieve que acompaña a las ciudades andinas, que como Cali están recostadas a
los pies de un alta cordillera cruzadas por ríos y quebradas, y con un amplio
valle al frente; y que además las que están en el trópico disfrutan de una
variada y fértil y muy bella vegetación y un clima que otros envidiarían, en el
que basta con dejar correr la brisa y no taparla.
Destruyen la integridad de la ciudad y no solamente la
urbana sino al mismo tiempo la de sus habitantes, lo que es lo peor pues acelera
la destrucción de la ciudad. No entienden lo de fusionar dos conceptos
opuestos, volumen y espacio, divergentes entre sí, en un solo nuevo objeto que los sintetice,
como lo es la ciudad, constituyendo un todo al completar las partes que faltaban,
y no lo contrario, poniendo lo que no hace falta copiado burdamente de otras
partes. Y que alimenta la publicidad engañosa generalizada hoy en día en la
industria inmobiliaria, en la que se invita a vivir en una naturaleza de
mentiras en lugar de invitar a hacerlo en una ciudad de verdad.
Afortunadamente la masiva votación
contra la corrupción, pese a que fue ignorada por los corruptos del Congreso, muestra
que las cosas están comenzando a cambiar, que crece la audiencia como hubiera
dicho Jorge Zalamea, lo que es de vital importancia ya que “nuestros llantos no
llenarán los ríos” como lo señalo Nieves hace un tiempo. Ahora solo falta que
se entienda qué es la corrupción la que está destruyendo la ciudad junto con la
ignorancia que es otra forma de desintegración. O sea que es preciso educar a
sus habitantes para que se vuelvan sus ciudadanos y la defiendan, y no solo ocuparse
de lo que les pasa a ellos en ella a todos
los días, si no igualmente a la ciudad misma en tanto construcción.
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