En Colombia no fue su
difícil topografía la que impidió el desarrollo de su red ferroviaria, pues a
mediados del siglo XX ya había una línea de Bogotá a Santa Marta y sólo faltaba
atravesar la Cordillera Central para tener otra completa hasta Buenaventura.
Fueron los propietarios de camiones y buses y los sindicatos del ferrocarril los
que acabaron con los trenes. Y la idea
errónea de que eran un sistema "obsoleto" que sería reemplazado por automóviles, y aviones que aquí volaban por encima de las cordilleras. Pero
como en este país casi todo llega tarde, solo se acabó con ellos varias décadas
después, justo cuando en Europa y luego en Estados Unidos tomaban un nuevo
aire.
El
país se quedó sin trenes y sin suficientes carreteras, y su nuevo despegue ha
sido imposible como se acaba de comprobar con la suspensión otra vez del viejo
Ferrocarril del Pacifico. Pero también porque la congestión de los aeropuertos
y el tener que hacer escala en Bogotá para ir a cualquier parte, ha hecho los
vuelos demorados y muchos prefieren los buses. Pero tampoco se ha querido ver el
potencial de los trenes como transporte interurbano, más rápido, cómodo y
agradable que un bus y ni se diga un carro en un trancón, pues se pude ver el
paisaje, leer, trabajar y conversar. Ni del Metro, como Peñalosa en Bogotá, con
Cali de las pocas ciudades grandes en el mundo que no lo tienen.
Y lo de Cali es inicuo pues contando con un corredor férreo, amplio,
recto y a nivel, propiedad del estado, de Yumbo a Jamundí, usado con éxito como
transporte urbano durante los Juegos Panamericanos de 1971, y que ya se había decidido
como la columna vertebral del tránsito y transporte de la ciudad, y construido
varios puentes viales de acuerdo con su diseño, se cambiaron hace unos 15 años sus
trenes por buses articulados. El resultado, que muchos no quieren mirar, es que
no caben bien por las calles por donde se los metió, en lugar de usar el
corredor, generando barreras urbanas, como en la Quinta, en lugar de aprovechar
para eliminar la que el abandonado corredor férreo aún presenta.
De
nuevo es pertinente preguntar qué se espera en Cali, que es hace medio siglo
una ciudad lineal entre la cordillera y el río Cauca, para retomar el corredor
férreo como eje de su desarrollo urbano metropolitano, incluyendo un tren de
cercanías, una verdadera autopista interurbana, sendas ciclo vías, vías locales
con buses biarticulados o un tranvía pero sin aparatosas estaciones, amplios y
arborizados andenes, todo en medio de la alameda más larga del mundo. Y
edificios altos a ambos lados que miren al valle y a la cordillera, no que la
tapen junto con la brisa de la tarde, como sucede ahora con los que han dejado
construir irresponsablemente a lo largo de su piedemonte.
Los trenes son uno de los medios de transporte más
importantes, significativos y vitales, debido a su impacto a lo largo de la
historia al transportar muchísimas personas. Se originaron en la antigüedad, en
la ciudad Ur, con las
carretas que fueron excavando surcos paralelos en sus estrechas calles, que
mantenían los vehículos guiados y al circular no estropeaban las casas junto a
las que pasaban. ¿Será que en Cali ahora
se desprecia todo lo que viene de atrás? ¿A quiénes no les convienen los
trenes? Al fin y al cabo conveniencia es utilidad, provecho; ajuste, concierto y convenio; correlación y conformidad
entre cosas distintas; y ya debería ser claro para los caleños lo conveniente
de los trenes.
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