El proceso comenzó hace ya casi
medio siglo para los Juegos Panamericanos. Como ya se ha dicho en esta columna
hace tiempos: la industria se acabó de ir para Yumbo junto con un cementerio y
el Centro de Eventos; la Universidad del Valle, los colegios y otro cementerio
para Jamundí; los recién llegados se
acomodaron en Terrón Colorado (hoy “coloriado”) saliendo para Buenaventura, y
en Aguablanca (el “distrito”) debajo del nivel alto del río Cauca.
Sin
embargo lo más preocupante es lo que está pasando en al sur del sur, al lado de
Jamundí, ese “nuevo tipo de ciudad” nacido de una diabólica trinidad: la
codicia de muchos terratenientes que rodean las ciudades en Colombia, el afán
de lucro de los constructores de vivienda y el arribismo social de los que
compran allá una vivienda, ya sea para habitar o apenas como “negocio” pues
muchas permanecen desocupadas.
Son
apartamentos iguales a todos en edificios sosos, tan altos como los que han
permitido absurdamente en la parte alta del río Cali, repetidos decenas de
veces junto con hileras interminables de casitas idénticas, a una hora por lo
menos del centro de la ciudad, y cuyo único espacio de intercambio social es un
centro comercial vecino, pues no hay sitios de trabajo, comercio, educación, ni
recreación. Ni plazas ni parques ni calles pues sólo son vías para carros en
los que hay que desplazarse de un gueto al otro: la anti ciudad.
Entre
tanto se continua construyendo en los terrenos valorizados artificialmente
entre Cali y Jamundí, sin importar para nada los derechos de los que hace
décadas se fueron a vivir en los que eran unos idílicos sectores sub urbanos de
viviendas aisladas en grandes lotes, donde gozan de lo mejor de Cali: su clima
y un paisaje de valle y montañas cuya vegetación es muy variada y exuberante,
amen de silencio y tranquilidad.
La trampa,
la corrupción y la falta control, sumadas a normas urbanas absurdas o
contradictorias, les “permiten” estacionamientos subterráneos hasta los
linderos mismos de los lotes, sobre los cuales si acaso podrá haber césped, y
edificios altos, que perturbarán la tranquilidad y privacidad de la viviendas
vecinas existentes, y cuyos muchos carros colmaran las estrechas calles
actuales, las que se inundarán en las temporadas de lluvia pues carecen de
alcantarillado pluvial.
Finalmente
las Autoridades dicen haberse apersonado de un problema señalado por muchos
hace años pero apenas “ven” el asunto de lo que llaman mal “movilidad” y
prometen unas cuantas “ideas” sacadas de la manga que por lo demás no se
llevarán a cabo. Todo para dejar pasar desapercibida la esencia del asunto: la
carencia de una política para los usos del suelo y la no aplicación del
impuesto a la plusvalía para controlar el libertinaje -que no libertad-
originado en la propiedad privada del suelo alrededor de las ciudades.
Sin un
plan maestro para el área metropolitana de Cali sólo evidencian la carencia de
un verdadero plan vial para la movilización de sus habitantes y bienes. Y salta
a la vista, una vez más, el despropósito de no usar el corredor férreo como la
columna vertebral del Gran Cali para el transporte masivo (tren de cercanías)
como particular (autopista urbana y ciclo vías) y peatonal (amplios andenes
arborizados) como para el equipamiento urbano (centros comerciales, oficinas,
escuelas, parques).
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