Una buena administración desde luego debe promocionar el
desarrollo de la base económica de su
ciudad, de la mano de las organizaciones empresariales pero no a su servicio. Ni
demagógicamente con el prurito de que hay que generar empleo a como dé lugar. El
que se asienten en la ciudad empresas que generen empleo depende de la ciudad
misma en tanto que artefacto. De su facilidad de transporte, de sus servicios
públicos y por supuesto de su calidad de vida, tanto como de agilizar los trámites
burocráticos sin propiciar abusos y
corrupción que es lo que permitimos ahora. Es el caso lamentable del barrio
Granada y lo que se pretendió hacer con San Antonio. Igual que la política, las
ciudades propiciaron el desarrollo de la economía, pero ahora vemos como el
capitalismo salvaje desbarata nuestras ciudades, y la que más, Cali.
Lamentablemente
hacer puentes en donde no existen ríos ha sido la práctica preferida de
nuestros alcaldes populares, pero ni siquiera lo hacen para lograr impulsar las
economías locales sino para los “negocios” de toda índole que conllevan y que
permiten recuperar lo “invertido” en sus campañas y devolver los favores
recibidos. Todo debido a la falta total de un plan pese a que son múltiples los
que se han hecho, pero cada uno por su lado y con frecuencia desconociendo los
anteriores y sin considerar simultáneamente los demás que se adelantan al mismo
tiempo. Como, por ejemplo, el plan para el centro global que nuevamente se
difunde como la gran noticia el que ya se va a realizar, cuando lo pertinente
sería actualizar el que se hizo hace unos años pero que todos desconocen.
Es decir,
no existe un plan global e integral de obligatorio seguimiento, que genere
planes parciales y se revise periódicamente, y que dure indefinidamente. Y por
supuesto esta gravísima situación se debe a que no hay una idea de ciudad
compartida por todos los ciudadanos, lo que se entiende en la medida de que no
lo son a cabalidad: la mayoría son recién llegados a la cultura de las ciudades
geográfica o históricamente cuando no ambas cosas. Es la Torre de Babel que se
reinicia cada cuatro años sobre las ruinas que dejó la anterior. Y lo tienen
que hacer de afán e improvisadamente pues no cuentan sino con cuatro años, y
los proyectos anteriores poco les sirven pues pertenecen a otras clientelas, a
otros compromisos electorales, a otros negocios, a otros negociados.
El
resultado es fatal pues ni logran mejorar la base económica de su ciudad ni
terminar bien y a tiempo las obras emprendidas, ni hacer las que realmente
necesitan los ciudadanos. Como lo ha dicho, el reconocido economista chileno Manfred
Max-Neef, la economía está para servir a las personas y no
las personas para servir a la economía, y progreso es si uno tiene mejor
calidad de vida y no cuántos edificios se construyeron, ni cuantos carros se
vendieron, y que debemos repensar nuestras
adquisiciones, reducir los
consumos, reutilizar lo
usado, y reciclar lo desechable.
De nosotros depende nuestra calidad de vida y la de los que nos siguen.
La destrucción global del medio ambiente, por un capitalismo basado en el
consumo y la obsolescencia programada, es probablemente el desafío económico
más difícil que enfrenta una buena administración.
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