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La atención de desastres. 10.09.2011


      Tradicionalmente no nos preocupamos mucho por los posibles desastres ocasionados por eventuales inundaciones, terremotos, vendavales o incendios. Es lo característico de nuestra cultura y de nuestro pensamiento poco lógico pues todo pasa o no pasa porque Dios así lo quiere. Por lo demás, en el trópico benigno, como lo es el nuestro, la vida se da fácilmente. Abunda el agua, las frutas se recogen incluso en las vías públicas, no es preciso vestirse mucho y no se necesita calefacción ni aire acondicionado. No nos amenaza el invierno ni los huracanes que en otras partes se dan cada temporada, y los temblores y terremotos solo Dios sabe cuándo ocurrirán, y los de Armenia y Popayán ya son cosa del pasado. Y por supuesto en Cali nadie recuerda los graves daños que ocasionó en la pequeña ciudad de entonces el terremoto de 1925.

         Pero si se rompe el jarillón del Río Cauca tendríamos casi media ciudad inundada y más de media sin agua potable. Y con un temblor un poco más fuerte que el de Popayán, casi toda Aguablanca se hundiría por licuificación del suelo y además se inundaría. Y si seguimos como vamos es muy probable que el próximo invierno sea peor que el que apenas acaba de pasar, para no hablar de la sequía que vendrá luego. ¿Dónde se alojarán los damnificados y que agua tomarán? Pero en Agosto ya salió el Sol, como era lo usual, y ahora todo el mundo habla es del calor que está haciendo,  la amenaza del jarillón ya no es noticia y la Zona Franca ya está repleta de carros nuevos otra vez, y las protecciones que se improvisaron sobre la doble calzada al aeropuerto se quedaron sin terminar afeando la vía.

        En la costosísima (e incompleta) remodelación del estadio Pascual Guerrero (pese al inconveniente para los barrios aledaños de que se mantenga allí) ni siquiera se consideró que debería servir con el propósito  de acoger los damnificados de un eventual desastre, por estar además cerca del Hospital Departamental y de los restos del Club San Fernando que vergonzosamente esta ciudad permitió que se convirtiera en un muladar, y que habría que considerar que cualquier cosa que se haga allí tendría que servir para una emergencia en el hospital. Pero este ni siquiera cuenta con un helipuerto, ni con un acceso por la parte de arriba que sea una alternativa  si la Calle 5ª se viera bloqueada, para no hablar de su reforzamiento sismorresistente, ni de sus reservas de agua y generación de energía propia.

     En general, la facilidad de evacuación de los edificios en Cali es en la práctica inexistente. Las escaleras de emergencia, cuando las hay, no cuentan con trampas de humo, y sus salidas suelen estar  clausuradas por “seguridad”. Y las escaleras helicoidales, que son las más seguras pues impiden que la gente salte, y se usan ya en muchas partes del mundo, aquí no están autorizadas en nuestras obsoletas e inconsistentes normas de construcción. Pero lo peor es que no se consideran espacios libres a los cuales la gente pueda acudir después de evacuar los edificios, y que por supuesto tendrían que estar previstos en el diseño de parques y plazas. Cada bario los debería tener como parte de su equipamiento urbano, y su uso difundido apropiadamente entre los vecinos, los que además deberían de hacer simulacros periódicos.

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