Tradicionalmente
no nos preocupamos mucho por los posibles desastres ocasionados por eventuales
inundaciones, terremotos, vendavales o incendios. Es lo característico de
nuestra cultura y de nuestro pensamiento poco lógico pues todo pasa o no pasa
porque Dios así lo quiere. Por lo demás, en el trópico benigno, como lo es el
nuestro, la vida se da fácilmente. Abunda el agua, las frutas se recogen
incluso en las vías públicas, no es preciso vestirse mucho y no se necesita
calefacción ni aire acondicionado. No nos amenaza el invierno ni los huracanes
que en otras partes se dan cada temporada, y los temblores y terremotos solo
Dios sabe cuándo ocurrirán, y los de Armenia y Popayán ya son cosa del pasado. Y
por supuesto en Cali nadie recuerda los graves daños que ocasionó en la pequeña
ciudad de entonces el terremoto de 1925.
Pero
si se rompe el jarillón del Río Cauca tendríamos casi media ciudad inundada y más
de media sin agua potable. Y con un temblor un poco más fuerte que el de
Popayán, casi toda Aguablanca se hundiría por licuificación del suelo y además
se inundaría. Y si seguimos como vamos es muy probable que el próximo invierno
sea peor que el que apenas acaba de pasar, para no hablar de la sequía que
vendrá luego. ¿Dónde se alojarán los damnificados y que agua tomarán? Pero en
Agosto ya salió el Sol, como era lo usual, y ahora todo el mundo habla es del
calor que está haciendo, la amenaza del
jarillón ya no es noticia y la Zona Franca ya está repleta de carros nuevos
otra vez, y las protecciones que se improvisaron sobre la doble calzada al
aeropuerto se quedaron sin terminar afeando la vía.
En la costosísima (e incompleta) remodelación
del estadio Pascual Guerrero (pese al inconveniente para los barrios aledaños
de que se mantenga allí) ni siquiera se consideró que debería servir con el
propósito de acoger los damnificados de
un eventual desastre, por estar además cerca del Hospital Departamental y de
los restos del Club San Fernando que vergonzosamente esta ciudad permitió que
se convirtiera en un muladar, y que habría que considerar que cualquier cosa
que se haga allí tendría que servir para una emergencia en el hospital. Pero este
ni siquiera cuenta con un helipuerto, ni con un acceso por la parte de arriba
que sea una alternativa si la Calle 5ª
se viera bloqueada, para no hablar de su reforzamiento sismorresistente, ni de
sus reservas de agua y generación de energía propia.
En general, la facilidad de evacuación
de los edificios en Cali es en la práctica inexistente. Las escaleras de
emergencia, cuando las hay, no cuentan con trampas de humo, y sus salidas suelen
estar clausuradas por “seguridad”. Y las
escaleras helicoidales, que son las más seguras pues impiden que la gente salte,
y se usan ya en muchas partes del mundo, aquí no están autorizadas en nuestras
obsoletas e inconsistentes normas de construcción. Pero lo peor es que no se
consideran espacios libres a los cuales la gente pueda acudir después de
evacuar los edificios, y que por supuesto tendrían que estar previstos en el
diseño de parques y plazas. Cada bario los debería tener como parte de su
equipamiento urbano, y su uso difundido apropiadamente entre los vecinos, los
que además deberían de hacer simulacros periódicos.
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