Cali
es resultado del impacto de lo muy improbable, cómo
definiría Nassim Nicholas Taleb (El cisne negro, 2007) la
serie de sucesos a lo largo del siglo XX que determinaron su política, economía
y comportamiento ciudadano, y el escenario de su cultura, que fue como Lewis
Mumford llamó a las ciudades (La cultura de las ciudades, 1938), es
decir, artefactos constituidos por su urbanismo y arquitectura, y no una
montonera incongruente de pedazos como es ahora.
La muy pequeña Santiago de Cali de fines
del XIX, de calles si acaso empedradas, ranchos de palma, pocas blancas casas
solariegas de techumbres, pisos enladrillados, patios y solares, tres claustros
y seis iglesias, y poco más de 3.000 habitantes, da paso a la muy poblada,
extendida, multiétnica, ruidosa, sucia, insegura y fea ciudad de hoy, ya para
los 3.000.000, pero aun sin andenes, en lugar de favorecer el crecimiento de
las ciudades vecinas en lugar de la inundable Aguablanca.
Además
debería haber en todas sus viviendas
servicios de agua, energía, basuras y comunicaciones, y policía, transporte,
salud, educación, cultura y recreación, amén de comercio…y fuentes de trabajo.
Y traer agua del Frayle, sin perjudicar
a las poblaciones que ya la usan, racionalizar su consumo, y almacenar la de sus
siete ríos evitando además las inundaciones periódicas y proporcionando área
verde, y hacer un gran parque con un lago en la Base Aérea.
Y dar continuidad a las vías arterias,
y constituir una columna vertebral en el corredor férreo para el tránsito y el
transporte masivo (buses biarticulados a alcohol, tren eléctrico de cercanías,
autopista urbana, vías locales y sendas ciclovías) con vivienda en edificios
altos pero exentos a su largo. Redensificar el Centro respetando sus
preexistencias, ensanchando los andenes y con grandes estacionamientos debajo
de las Plazas de Caicedo y San Francisco y el Parque de los Poetas.
Todo con construcciones sostenibles y
contextuales porque su (buena) arquitectura importa urbana, económica, social y
culturalmente, como dice el crítico de arquitectura
del New York Times, Paul Goldberger (Why architecture matters, 2009), para
atraer a personas inteligentes y permitir que colaboren, como a su vez lo
plantea el economista Edward Glaeser (El
triunfo de las ciudades, 2011), y no apenas turistas.
Es imprescindible
la decidida acción política de los ciudadanos para contrarrestar la
politiquería clientelista y corrupta de los políticos, con el voto en blanco si
es preciso. Entender que es más importante un buen Concejo que
un buen Alcalde, y que este lo es en tanto sepa que no sabe de ciudades y se
asesore y lea a Alain de Botton (The Architrcture of Happiness, 2006). Y
es necesario que se puedan reelegir para
períodos inmediatos, como en tantas ciudades buenas en el mundo.
Siguiendo a Taleb, para entender el
mundo no basta con narrar su pasado si no que hay que prever la importancia del impacto de lo altamente improbable, y
por lo tanto para entender una ciudad como Cali no hay otro camino que la
educación ciudadana, principiando por los que pretenden manejarla, pues no la ven
ni oyen ni sienten, y hasta ahora sólo han negociado con ella desde el sector
privado o robado desde el público, indiferentes a su evolución social y urbano
arquitectónica.
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