Cali ha pasado por varias imágenes construidas, desde la de la ciudad fundacional hasta la de la extensa conurbación actual, pasando por la de la ciudad colonial, la de tradición colonial, y la “moderna”. Pero lo paradójico es que mientras la primera era solamente una imagen, ya que apenas se comenzaba a construir la ciudad, la última es la superposición caótica de todas las anteriores, en la que la ciudad misma, su área metropolitana, su región y la región de ciudades en la que se localiza, se confunden en muchos sentidos, dificultando la planeación a largo plazo de sus diferentes territorios evitando esa fatal destrucción/construcción de su imagen colectiva.
La imagen de la ciudad fundacional era parte de la cultura de sus fundadores, junto con su arquitectura, la lengua y la religión (Fernando Chueca Goitia, Invariantes castizos de la Arquitectura Española /Invariantes en la Arquitectura Hispanoamericana, 1979), a la que se ajustó la que levantaron adecuándose a los recurso disponibles, conformada por manzanas de unos 80 m de lado -que quedaron algo torcidas- una de ellas dejada libre para la plaza, calles estrechas para garantizar la sombra en uno de sus costados, casas de un piso de fachadas de tapia pisada a la vista, paramentadas a lo largo de la calle, con pocas ventanas, un portón y cubierta de paja.
La ciudad colonial, del siglo XVI hasta principios del XIX, ya en una región de ciudades –el valle alto del río Cauca- se caracteriza por la imagen de sus casas solariegas con cubiertas ya de tejas árabes de barro y con alero sobre las calles, a las que se ha dotado de aceras para proteger sus fachadas encaladas; y la pequeña villa cuenta con varias iglesias y conventos. Imagen que se continúa con su arquitectura de tradición colonial de finales del XIX hasta inicios del XX, y ya hay casas de dos pisos con balcones sobre la calles y se han levantado algunos grandes edificios de arquitectura ecléctica como la antigua Gobernación o el Palacio de Justicia.
La lenta evolución de esta imagen tradicional y colectiva, se ve de pronto interrumpida, a mediados del siglo XX, por el rapidísimo crecimiento de Cali, cuando la ya nueva Capital del Nuevo Departamento del Valle del Cauca escoge la nueva arquitectura moderna en su versión norteamericana y no europea, y además la ciudad se extiende para todos lados sin ningún control efectivo. Y buscando “cambiarle la cara a la ciudad” para los VI Juegos Panamericanos de 1971 muchas “casas viejas” se demuelen para construir “nuevas torres” en cualquier parte y para cualquier uso y de cualquier forma, logrando por lo contrario desfigurarla o dejando lotes vacíos.
A esta caótica imagen de fines del XX e inicios del XXI, hay que agregar el impacto de la subcultura mafiosa (ocasionada por la equivocada prohibición de las drogas en lugar de ver sus aspectos negativos como un problema de salud pública) que ha extendido por la región el mal gusto de los nuevos nuevo ricos, y la mayoría de la población actual de Cali, que no es de Cali, nada saben de la pertinencia de la arquitectura y ciudad tradicionales, ni les puede importar, ante el cambio climático, la imagen colectiva de los ciudadanos y el paisaje vallecaucano, ni su aprovechamiento para un turismo recreativo y ambiental, y de avistamiento de aves.
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