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En resumen, la “polifobia”. Caso Cali. 10.10.2020

         En la antigüedad, cuando surgen las ciudades, la polis pronto necesitó de la política para dirigirla y luego esta de la policía para controlarla; y más de 100 siglos después generan mucha polución, y últimamente en algunas ha surgido de nuevo la “polifobia”. Son cinco asuntos que en conjunto definen la situación actual de ciudades muy recientes, como lo es Cali, que fue fundada hace menos de cinco siglos y apenas lleva menos de uno de comenzar a ser la extensa ciudad actual.

      En su área metropolitana, irresponsablemente no oficializada, la urbanización está fuera de control para beneficio de los propietarios privados del suelo, urbanizable o no; sus usos y ocupación son arbitrarios, las densidades son bajas pero hay alturas innecesarias e inconvenientes, la movilidad es deficiente y sus andenes una vergüenza; su arquitectura no es sostenible ambientalmente ni respeta los contextos existentes; amén de la sobrepoblación, el consumismo y la obsolescencia programada. 

        El desconocimiento de las ciudades y de sus aspectos urbanos y arquitectónicos es muy frecuente entre sus políticos, de alcaldes a concejales pasando por los demás funcionarios, y el de la gran mayoría de sus habitantes es tal, tanto ricos como pobres, que les impide ser ciudadanos de verdad, permitiendo que siempre sea una minoría la que elige a los que supuestamente en su nombre manejan la ciudad, haciéndolo entonces para sus propias aspiraciones demagógicas y económicas.

    No existe una Policía Municipal adscrita a la Secretaria de Gobierno ( Seguridad )  para controlar el comportamiento de sus habitante en el espacio urbano público, incluyendo el tránsito en él, y que sean respetuosos en el privado, siguiendo normas establecidas; que vigile que la ejecución de nuevas construcciones, remodelaciones o demoliciones sea la aprobada; y por supuesto para procurar seguridad en la ciudad, complementando a la Policía Nacional adscrita al Ministerio de Defensa.

     La polución del aire aumenta en la ciudad contribuyendo además con los gases de efecto invernadero al cambio climático que se viene encima; y la del agua se suma a la preocupante creciente escasez de agua dulce para alimentar una ciudad ya sobrepoblada. Y además está la polución del paisaje natural en el que está asentada, como también la de sus calles, plazas y parques con postes y redes eléctricas, talando sus árboles y alterando las fachadas o pintarrajeándolas vulgarmente.

     Y sumándose a lo anterior, ha surgido de nuevo la fobia a lo urbano de los vándalos que creen corregir la historia derribando estatuas o la de los que eso les parece irrelevante; pero igualmente el desprecio de los destructores de cuello blanco que invaden las faldas de la cordillera con edificios para engañar nuevo ricos con la vista sobre el valle; o los que cubren con feas antenas las cimas de los cerros tutelares; o los que demuelen desde hace medio siglo los iconos urbanos de la ciudad.

     Son asuntos que no se suelen ver ligados entre sí, y cuyo control exige primero que todo educación, tanto de las autoridades como de sus habitantes para convertirlos en verdaderos ciudadanos, pues la historia muestra que la educación se da de arriba a abajo dependiendo siempre de las autoridades; pero afortunadamente ya se puede ver que ahora es posible la autoeducación de las clases medias en las ciudades en las que necesariamente habitan, lo que les permite volverse urbanitas.

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